miércoles, 31 de diciembre de 2014

Nunca vas a ser mía.

Qué pinche hermosa estás.
Me duele decirlo porque nunca vas a poder ser mía.
Te voy a mirar de lejos y sonreír porque qué pinche hermosa estás.
Pero siempre de lejos, porque nunca vas a poder ser mía.
¿Ya te dije que estás hermosa?
Te voy a tener que ver en pantallas que no le hacen justicia a tu pinche hermosura.
O en la calle, desde donde no pueda apreciar bien que estás pinche hermosa.
Pero no importa, porque al menos una vez te tuve cerca y una vez bastó para saberlo.

Estás bien pinche hermosa, y nunca vas a poder ser mía.
Porque tu pasado y tus fantasmas te persiguen.
Una vez te tuve cerca, una sola vez.
Yo sabía que no debía tenerte cerca, pero me arriesgué por tonta.
No debía tenerte cerca, porque me iba a dar cuenta.
Iba a darme cuenta de que estás bien pinche hermosa, 
y que nunca ibas a poder ser mía.

A lo mejor pudiste ser mía, pero no te pregunté 
y la oportunidad se alejó bailando y riendo.
Te jalé el brazo, me miraste y fui cobarde.
Todo es culpa de tu pinche hermosura 
y tus inseguridades, y las mías y por saber cosas de más.
Por saber que nunca vas a ser mía.

martes, 30 de diciembre de 2014

"Estás a un día de que te mueras" le dije, usando un tono amenazador, aunque soy cobarde. No me estaba viendo, así que cuando terminé mi frase, volteó y me miró con aire divertido. "Ahí viene", pensé. Ahí viene lo que no quería. "Pendeja, pendeja, ¿para qué chingados la amenacé?". Tomó un sorbo del café negro que aprendió a amar recientemente y me sonrió sin dejar de hacer contacto visual. Pero no era una sonrisa de esas que te llenan de calma, al contrario, esa sonrisa me estaba llenando de dudas. Mis chingaderas, siempre digo que nunca hago cosas de las que me podría arrepentir y me estoy arrepintiendo ya. Mi cabeza giraba, mis ideas estaban hechas un lío, me sentía en la escena de las llaves voladoras de Harry Potter, pero no tenía mi escoba para escapar del desmadre que había armado. YA TERMINA DE TOMARLE A ESE CAFÉ, POR AMOR A DIOS. Yo no sé qué tanto tomó, pero la espera se me hizo eterna y la expectativa crecía cantidades descomunales por segundo. Por fin separó los labios de la taza, cerró los ojos y suspiró. Entonces dejó el brebaje en la mesa de la cocina y caminó hacia donde yo estaba. Ya tenía un chingo de miedo, ya no sabía qué esperar. Sus silencios se volvían violentos, toda la situación se estaba poniendo violenta y no estaba pasando ni un carajo. Pinche paranoia. Para empezar no sé por qué le tenía miedo. "Me lo dices como si no lo supiéramos desde que empezamos con esto", me dijo finalmente. La tranquilidad con la que hablaba me pegó más fuerte que la luz del sol cuando despierto. Se rió. Me reí. No sé por qué le tenía miedo. No sé si en realidad le tenía miedo. No sé a qué le tenía miedo, en realidad. Entonces habló de nuevo, y recordé. No era siempre ella, pero casi siempre eran las mismas palabras. Coño. Yo quería seguir viviendo en el limbo de mi realidad, en donde he estado viviendo últimamente. Hubiera seguido corriendo, hubiera seguido espiándola detrás de las cortinas como siempre. De nuevo olvidé mi lugar y salí a buscarla, a acusarla, a provocarla. ¿Cómo es que nadie me detuvo? Me puso una mano en el hombro pero en realidad estábamos tan lejos que no sé cómo logró hacerlo. Nuestras naturalezas son tan distintas que no estamos hechas para estar juntas. Siempre juntas, pero siempre separadas. Tal vez leyó todo lo que pensaba en mis ojos, porque me volvió a sonreír y se alejó de nuevo. Mi otra parte, el otro lado esporádico de mi moneda.
"Yo no le tengo miedo a mi naturaleza", escupió por fin, "y tú tampoco deberías", agregó. ¿Cómo que no debería? Está loca, ella se va, pero yo me quedo aquí siempre. Yo tengo que ver todo lo que ella hace, pero ella no repara en lo mío. Pinche ser inferior, pinche esporádica. Cuando ella se va, llega otra que no conozco a continuar lo de la otra. Y así sucesivamente. Y yo veo cómo guardan en cajas lo que les doy, las cosas importantes, veo cómo las archivan y de vez en cuando las consultan pero eventualmente las vuelven a archivar. O peor aún, las dejan tiradas por ahí y las pierden, y entonces yo tengo que regresar a dárselas de nuevo. "Pendejas impulsivas", pienso. Y las envidio.
Y ella se sirve otro café como si le diera lo mismo desperdiciar su último día llenándose de cafeína, como si le sirviera de algo tomar café, como si no se fuera a morir mañana. Cierra las ventanas de la casa y prende una vela, se sienta conmigo. A metros de mí, a kilómetros de mí. Siempre juntas, pero siempre separadas. Me cuenta todo lo que hizo mientras estuvo aquí, como si no lo supiera, como si no supiera que perdió tres cajas de cosas que le di. Como si no supiera que hizo un desmadre y luego lo arregló pero nunca quedó igual. Como si no supiera que me hizo parecer loca con sus acciones. Como si no supiera que siempre estuve aquí. Como si no supiera que la envidio.
Como si no supiera que no me importan sus asuntos, porque la razón nunca va a entender al corazón.

Inocente palomita.

Creo que entendiste todo mal, inocente palomita. Que cuando dije que abrieras la mente y las piernas en realidad entendiste que abrieras el corazón. Qué gran malentendido, inocente palomita. Tal vez la primera vez que me abriste la puerta de tu cuarto, pensaste que nunca más iba a querer salir de ahí. Pero la que nunca más iba a querer salir de ahí después de que yo entrara, ibas a ser tú. Creo que lo confundiste todo, inocente palomita. Las cosas con las que te amarré a la cama eran cintas, no esposas. No habían candados, te podías liberar cuando quisieras. Yo nunca quise encerrarte ahí, ni quise encerrarme a mí. Te conté todas las historias, te enseñé todas las ciudades que destruí, y aún así no me querías soltar. ¿Quién te hizo tanto daño, inocente palomita? ¿Quién hizo mierda tu cabecita? Inocente palomita. La temperatura de las puntas de mis dedos siempre estuvo regulada para no quemarte, para no marcarte. Para que cuando me fuera, te olvidaras de mí después de un tiempo, para que no me recordaras al mirar los surcos de tu piel. Pero lo hiciste todo mal, inocente palomita. Recordabas el ardor de tu piel y tú misma te hacías las marcas. A lo mejor yo también hice todo mal, porque debí haber huido en ese momento, inocente palomita, pero me quedé. Y es que hiciste todo mal. Hasta te di mi número que estaba por cambiar, para que me fuera y no me volvieras a marcar. Inocente palomita, tú pensaste que todo esto iba a durar más. Te dije que era nómada, que llegaba hoy y mañana me iba, que iba a salir por la puerta y nunca más iba a volver a entrar. Que eras una ciudad más a la que eventualmente destruiría y le tomaría fotos en llamas cuando me alejara de ella. Fotos como las que te enseñé al principio, cuando te enseñé el resto de las ciudades. Soy mi propio Alejandro Magno, inocente palomita. Soy mi propia piel encandilada, soy mi propia razón desviada. Tú nunca fuiste nada, inocente palomita. Yo llegué a destruirte, no a a arreglarte el corazón. Vine a arrancarte la piel. Vine a arrastrarte hasta el último círculo del infierno, a abandonarte en una fosa, y a hacerte gritar de placer en el trayecto.

Humo

Llevo ya tres días masticando este chicle. Al principio pensé que me gustaba el sabor, pero ése ya se fue hace unos días, no sé por qué no lo he tirado. No sé por qué no he dormido, tampoco. La intranquilidad de no saber por qué no he tirado el chicle me lo impide. Porque, para empezar, ¿de dónde saqué este chicle? Quizás me lo encontré tirado en la calle y se me hizo buena idea metérmelo a la boca, o quizás se lo compré a algún vendedor ambulante, de esos que venden rosas en los bares a los que voy. Sí, creo que eso fue. Hace tres días estuve en el bar con la mejor vista de la ciudad. En el patio de atrás, donde tienen el asador. Fui parte de pláticas triviales y sin sentido como siempre. Estuve ahí, pero como en todos los demás lugares a los que voy, realmente nunca estuve ahí. Yo escuchaba las palabras que decían y escuchaba que otras salían de mi boca, pero en realidad le estaba prestando atención al humo que de vez en cuando pasaba frente a mí para elevarse y desaparecer. Yo quería ser el humo. Quería flotar como él y llegar hasta mi destino para luego desaparecer. Qué vida tan fácil tiene el humo. Pero este que observaba me jugaba bromas pesadas, subía hasta el punto en donde estaban las montañas que yo quería escalar y luego desaparecía, dejándome con una sensación extraña. Maldita montaña. Ahí donde está tu reino. Y así una y otra vez, palabras entraban, palabras salían y el humo subía y luego desaparecía. Después de acostarme en el piso del cementerio en el que viven todos mis recuerdos, descubrí por qué. Por qué no tiraba el chicle, por qué no he dormido y por qué no he escalado la montaña. Inconscientemente, yo ya sabía que era como el humo, pero a diferencia de él, que acepta su destino sin chistar y se sabe de vida corta, yo aún no quería desaparecer.

El sueño.

Quiero escupirte la verdad en los ojos.
Reírme en tu cara y acusarte con lo crudo de la verdad.
La verdad. La verdad absoluta. La única verdad. Mi verdad.
Ya te envolví en papel plateado todas las dudas que me sembraste para llevar.
También fui a la tienda que te gusta a comprarte los dulces que te gustan.
Porque la verdad sabe fea y aunque te la voy a escupir en los ojos, 
también la vas a probar.
Y los dulces son para endulzarte la boca.
Para que no te sepa fea después de la verdad.
Y para que no me sepa fea después de besarte.
Te voy a besar todos los espacios en blanco que dejaste 
en todas las cartas que no me escribiste.
Voy a cortarme los momentos que quería regalarte 
y te los voy a pegar en la pared con Kola-Loka®.
Ve rápido por el extintor, porque vamos a incendiar el cuarto.
Pon las manos contra la pared y abre las piernas, 
que voy a revisarte y sacarte todas las cosas que me robaste.
¿Estás lista para que te escupa la verdad?
Quítate los lentes y el suéter y los zapatos, no te vayas a manchar.
Siéntate y escúchame hablar acerca de todo lo que siempre te he dicho 
pero nunca has querido ni sabido asimilar.
Abre bien los ojos, que ahí te va:
Quiero besarte la existencia y tus pecados.
Quitarte todos los nudos que tienes en el cabello.
Licuarte la razón y hacer que te la tomes de un sorbo.
Contarte los sueños de un corazón mudo y sordo.
Abrirte los ojos y sentarme a tu lado.
Hacerte mi cómplice e irnos a robar bancos.
Arreglar la casa y mirarla desde lo alto.
Izar las velas, y que te mudes a mi barco.
Pero tienes cara de que no entiendes nada, como siempre.
De que mañana te vas a volver a ir.
Y que te convencerás de que me soñaste.
Me quitarás el calor y me convertirás en ficción.
Vas a irte otra vez del otro lado del mundo, 
ordenar un baño y un festín.
Te vas a limpiar la verdad de los ojos, 
vas a tachar y reescribir tu sueño para ti misma.
Vas a arrancar los momentos de la pared.
Vas a olvidarte de mi cara, regresarme el papel plateado 
y volver a llevarte las cosas que ya había recuperado.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Valgo verga.

Valgo verga.
Lo de costumbre, lo de siempre.
En Navidad, para hacerlo simbólico.
De la mano llevaba una caja llena de cositas.
Cositas bonitas, cositas tiernitas, cositas para ti.
Pero es tu gran pasión desmadrarme y echarlo a perder.
Eres la niña traviesa que se mete en el jardín ajeno y pisotea las flores.
Tal vez ese es el problema, que no te gustan las flores.
O eso sabía yo, eso me dijiste, no te gustaban, según.
Ahora quién sabe, cada vez me convenzo más.
Existen situaciones que me hacen dudar.
Ya no sé si alguna vez te conocí.
O si tal vez solo me lo creí.
Es muy fácil odiarte.
No me preguntes por qué.
Por qué lo descubrí hasta ahora.
No me lo preguntes, porque no sé.
Siempre he tenido un montón de razones.
Y siempre han estado en las cajas llenas de cositas.
Tal vez como siempre las tiras y las desmadras, se pierden.
Y yo las olvido, porque de tonta no quiero creer que son reales.
Pero sí que son reales, son muy reales, siempre están aquí.
Son como pequeños fantasmas que me susurran cosas.
Cositas, pero no son bonitas. Estas cositas no.
Y esas cositas me hacen querer odiarte.
Y esas cositas podrían logarlo.
Que te odie, con ganas.
Y con derecho.
Que te odie por despecho.
¿Por qué más te odiaría? Pues sí, es obvio.
Que te odie por haberme deshecho tantas veces.
Fantasmas que me visitan de vez en cuando y se alejan.
De pronto gritan, de pronto susurran, aquí, allá.
Tus fantasmas me visitan cuando valgo verga.
Y me susurran, no necesitan gritarme, ya no.
Me susurran que te odie, que te eche.
Y yo los escucho cada vez mejor.
Y los susurros parecen gritos.
Y me uno a ellos porque sí.
Grito que te odio.
Pero me odio.
Por mentir.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Como nunca quise a nadie.

Desprecio tu persona, tus encantos,
deseo que te vayas al infierno,
espero que tu cama sea un invierno,
que sueñes sólo duelos y quebrantos.
No escondas la sonrisa entre los llantos,
ahora no es momento de ser tierno,
la voz me la he guardado en un cuaderno,
me callo ante tus falsos desencantos.
Espero que el pasado se deshaga,
que aquella canción ya nunca se radie,
lo nuestro es una vela que se apaga.
Y toda la maldad que ahora te irradie
es sólo por amor, por si te halaga.
Te odio como nunca quise a nadie.






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martes, 16 de diciembre de 2014

Las contraseñas.

Cuando yo llegué, tuve que equivocarme 
miles de veces para aprenderme las contraseñas.
Es que quien había estado antes que yo 
se llevó el manual y no lo regresó nunca.
Y ella ya se las sabía de memoria.
Cómo hacerle para abrirle la boca, 
la mente, el corazón, la blusa, las piernas...
Todo eso en el manual, y el manual no estaba.
Y yo intentando, apretando todos los botones a la vez, 
aguzando el oído, atenta para ver si escuchaba algo.
Algo que dijeras tú, o que dijera la cerradura, algo.

Se llevó todos los instructivos y yo aquí, 
tratando de deshacerte cada nudo que te encuentro.
Y fallando en cada intento.
Qué necedad la mía de seguir intentando adivinar 
lo que dicen unos ojos que no miran más.
Qué envidiosa, pensaba. 
A ella no le costó tanto trabajo como a mí, 
y todavía se llevó los instructivos.
Y mientras ella allá, y ella acá, yo estaba 
dándole vueltas a lo que tenía entre manos.
Mi vida, tu vida, tu mentado corazón coraza
el mismo de Benedetti.
¿Cómo te quito todos estos candados?
Habrá que comprarse uno de esos kits 
para abrir cerraduras, quiero pensar.
Nunca he usado uno, pero con práctica, 
tal vez logre dominar el arte.
¿Será un arte?
Seguro por removerte a ti todo esto que te hunde, 
la acción acaba por mancharse pronto 
de un alto grado de dedicación, 
de pensar, de planear.
Esto es arte.
Y no rimaremos con frases trilladas como 
besarte, tocarte, matarte.
Aunque, al final, terminamos por hacer todo eso.
Yo no sabía en qué me estaba metiendo.
Tú tal vez no sabías en qué me estabas metiendo.

¿Qué hacía yo en medio de la espesa niebla? 
¿Por qué estaba tratando de abrir [tus] candados?
La niebla, mi ceguera, la perdición.
Por supuesto que yo no veía más allá 
de lo que tenía en frente.
Y lo que tenía en frente eras tú.
Tú eras mi proyecto, mi trabajo, 
yo necesitaba aprenderme las contraseñas.
Y las contraseñas no estaban.
Y cuando los recursos faltan, 
uno tiene que improvisar.
Así que heme ahí, en la niebla, 
viéndote solo a ti, tratando de abrir tus candados.
¿Me podías ver? 
¿O es que acaso tú sí veías más allá de la niebla?
Uno a uno los candados, uno a uno los nudos.
La falsa sensación de victoria se apoderaba ya de mí, 
cuando por error quité mis manos de tu piel.
Y te vi alejarte, cosa que comprendí 
cuando ya estabas muy lejos como para alcanzarte.
Esto no me lo esperaba, pero te fuiste.
Caminando, lentamente, 
como para alargar la agonía.
Alcanzaba a distinguirte a lo lejos.
Y yo aquí, y tú allá, y yo plantada.
Sin notarlo, todo lo que te quité a ti, estaba ahora en mí.
Cuántos candados, cuántos nudos.
Y yo, sin saber las contraseñas.

Tragedia.

La primera calada me dejó la cabeza en las nubes.
Yo no sabía que una dosis tan pequeña me pudiera hacer sentir así.
Tampoco pensaba que se pudiera acabar tan rápido.
De pronto me vi envuelta en algo que no comprendía.
Tragedias, dolor.
Mi árbol de la noche triste, la acera, tus pies, mis rodillas.
El agua cayendo poco a poco, las luces, ¿qué es esto?
El taxi, la música, el trayecto.
¿Cómo me levanté al día siguiente?
¿Cómo pude verte?
Un día después de que muriera, fui a verte.
A suplicarte, a decirte "no me dejes".
En estos momentos quisiera correr y detenerme.
Pudimos haber hecho bastantes cosas ese día.
Pudimos haber huido.
Pudimos haber sanado un poco.
Pero seguimos el camino equivocado.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Los demonios.

Voy a lavar toda mi ropa de madrazo.
Voy a descomponer la pinche lavadora 
de tantas cosas que le voy a meter.
Los calzones, los bras, las blusas, 
los pantalones, las chamarras.
TODO.
Todo va a estar adentro de ella.
Perdóname, lavadora, espero que aguantes esta madriza.
Voy a lavar toda mi ropa con cloro y aguarrás, 
quiero arrancarle todo lo que queda de ti en ellas.
Quiero acabarme una cajetilla de Luckies de un golpe.
Correr en los pasillos del edificio, huir de tus recuerdos.
Escapar de tu voz que me dice que me vaya, 
pero susurra que me quede un rato más.
Siempre con tus contradicciones.
Me apendejas.

También voy a regalarle al señor de los fierros viejos el baúl.
El baúl donde están todas tus cartas y tus regalos.
Y todos los demonios.
Ya sé que no es necesariamente fierro viejo señor, 
pero algo bueno puede sacarle.
Llévese estas chingaderas, llévese el veneno.
Pobre hombre, seguramente después de todo me dará las gracias.
No sabe que lo estoy condenando a cargar con mis cruces.
No sabe que lo estoy condenando a perseguir a los demonios.
Y de todas formas fui tan cobarde que ni siquiera lo abrí.
Lléveselo, le doy la llave.

Hágale lo que quiera, lea lo que hay ahí adentro, véndalo, úselo.
Quémelo, destrúyalo, deshágalo.
Solo esté consciente de que, cuando lo abra,
mil demonios saldrán corriendo desnudos.
Asustados, eufóricos, liberados.
Le pido un favor, mátelos.
Mátelos antes de que me encuentren.
Mátelos antes de que se den cuenta de mi cobardía.
Mátelos antes de que regresen a la casa 
y no tenga dónde guardarlos, porque le regalé el baúl.

...
Pensándolo mejor, señor, no abra el baúl.
Devuélvame la llave.
Devuélvame el baúl.
Ya no se los lleve.
Todavía no sé vivir sin ellos.

Querido Santa:

Si yo te contara cuántas cosas quisiera, me tacharías de exigente.
Quisiera poder ver su sonrisa, quisiera poder escuchar cómo se ríe 
y se lleva las manos a la boca para mitigar su sonido.
No sé por qué lo hace, pero lo hace.
Quisiera poder arrebatarle esa sonrisa, llevármela lejos, 
guardarla en un cajón, secuestrarla con un beso.
Quisiera poder cerrar los ojos, asustarme porque no la veo, 
abrirlos de nuevo y encontrarme con los suyos. 
Acosándome, acusándome.
No me molesta que me acose, no quiero que deje de hacerlo.
¿No te suena enfermo?
Quisiera poder llevarla arrastrando ahí a donde no quiere acompañarme.
Quisiera ver su cara de desapruebo y reírme de ella, 
porque no tiene razón para desaprobarlo, solo es su naturaleza. 
Quisiera que por fin comprendiera cuánto amo su naturaleza.
Quisiera que comprendiera que no la quiero cambiar, 
que su individualidad es -redundantemente- lo que la hace única.
Quisiera poder hacerla reír en medio de toda la gente que ama, 
y también frente a la gente que odia.
Que vean, quisiera que vean que nos vale madre lo que piensen. 
Si nos odian, si me odian, si la odian.
Quisiera que no le importara lo que piensan los demás de ella.
Quisiera poder hacerle ver que lo más importante aquí es que sonría, 
que esté feliz, que esté en un lugar pero que en realidad no esté ahí 
porque se fue conmigo a otro donde está completamente a gusto.
Quisiera estar con ella y que realmente no esté conmigo porque ya nos fuimos.
Quisiera llevarla de aquí, a otros lados. A los que quiera.
Quisiera que comprendiera mi gusto por el café negro.
Quisiera comprender su gusto por el café con leche.
Quisiera pensar que la perdí en la oscuridad, 
extender mi mano y encontrarme con su piel. 
Y que por supuesto se encabrone porque la desperté, pero eso es lo de menos.
Quisiera poder reírme de ella cuando se enoja por cosas absurdas.
Quisiera poder reírme de eso y hacerla reír de lo mismo minutos después, 
haciéndole comprender lo absurdo de su enojo.
Quisiera poder abrazarla, asfixiar sus demonios y sus miedos.
Y de paso, quizás también a los míos.
Quisiera que verla estuviera a una llamada de distancia.
Que una sorpresa no fuera peligrosa.
Quisiera poder darle de un golpe y sin pensarlo, 
todas las cosas que le he comprado en la tienda del tiempo.
Quisiera prestarle de mi tiempo cuando ya no tenga más.
Quisiera que comprendiera que mi moneda de cambio es esa, 
y que no me importaría invertir todos mis ahorros en su banco.
Quisiera que viera, de una vez por todas, 
que lo único que quiero en realidad, es a ella.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Visitas.

El timbre sonaba a altas horas de la noche.
Inocente e ingenua, salí a ver quién estaba afuera tan tarde.
"No abras", me dije a mí misma, pero desobedecí y abrí la puerta de par en par.
En el pórtico estabas tú, quien sin pensarlo dos veces aprovechó la oportunidad y brincó hacia adentro de la casa.
¿Qué iba a pasar ahora? Por supuesto que yo no lo sabía.
Te quedaste unos días en la casa. Días que se alargaron hasta convertirse en meses.
De repente, completamente de la nada, escuché el portazo y corrí a ver quién había salido tan tarde.
Ya no estabas, pero habías dejado atrás tus cosas.
No todas, pero las que quedaban eran suficientes para que por fin comprendiera.

Que no es suficiente la urgencia de necesitarte, ni desearte, ni llorarte.
Que quién sabe si volverías, porque no basta con quererte, ni con decírtelo, ni con demostrártelo.
Que yo estaba bien antes de tu llegada, y que lo estaría después de tu partida.
Que, efectivamente, del dicho al hecho hay un largo trecho.
Que te ibas a alimentar de mi añoranza a larga distancia.
Que ibas a regar las plantas de mi jardín en secreto y de manera esporádica. 
Para que así, siguieran creciendo pero no me diera cuenta hasta que el proceso llevara ya mucho tiempo y fuera obvio.
Que nunca antes había estado tan feliz.
Que nunca antes me había sentido tan mal. 
Que solo tú podías evocar estos sentimientos.
Que no importaba lo que hiciera y que tuviera la razón, de todas formas actuarías de manera errante porque puedes.
Que todo el tiempo iba a pensar en ti y en lo que estaría pasando si te hubieras quedado.
Que tus relojes corren más lento que los míos.
Que corres más rápido que yo.
Que olvidas mejor que yo.
Que nunca voy a querer igual.

...Y todo por abrirte la pinche puerta.

martes, 25 de noviembre de 2014

El punto.

Estoy escribiendo porque tuve un mal día.
Tengo muchas cosas en la cabeza y de por sí te la pasas dando vueltas ahí, pero ahorita estás como si te hubieras chingado unos diez mil expressos y catorce Red Bulls.
Y no paras, ¿no te cansas? Chingado, yo me cansaría. A estas alturas, ya me dolería bien culero la espalda y las rodillas y los pies y todo el cuerpo. 

De tanto andar dando vueltas.
Pero en fin, comenzaré con el meollo del asunto. Que realmente no sé cuál es, solo sé que te tengo dando vueltas en mi cabeza y me estás molestando porque...
Me molestas.

¿Sabes qué? Me gustaría que fuera de lo más normal poder hablarte para contarte que tuve un día de la chingada. Porque estúpidamente hablé con una persona acerca de eso y solo logró molestarme más.
Y, ¿sabes qué? Me molesta porque seguramente si hubiera hablado contigo, en estos momentos estaría más calmada.
Aunque probablemente después estaría hecha mierda por lo mismo.
Porque contigo, el caldo casi siempre sale más caro que los frijoles.

Pero otra vez estoy divagando y me quiero concentrar en el punto de todo esto.
El punto, ¿cuál es el punto?
El punto es que en estos momentos -que no son los mismos momentos que los míos y a la vez sí-, estás leyendo esto y te estás preguntando, igual que yo, cuál es el pinche punto.
Porque ya lo he mencionado como cinco veces y el punto nomás no aparece.
.
Punto.

El punto es que te extraño.

Y el punto es que eso está muy feo.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Pinche loca

Pinche loca
me das un chingo de miedo
me sacas papalotes del pecho
qué será
de todos los mensajes de amor
que mandé antes de ver tu rostro enfermo
lleno de ideas
futuros infiernos
¿qué será
de mis siguientes novias
cuando entiendan que nada puede superar
cómo me montas cuando cogemos?
quiero morir escuchando
lo que te cuentan
las voces en tu cabeza
ya no me interesa
el mundo en el que crecí
quiero vivir
en tus ideas pendejas
y escuchar cómo no entiendes
que nos estamos enamorando
mientras cuentas anécdotas que no sucedieron
mientras interrumpes nuestros besos
para reclamarle a gente que no existe
me das un chingo de miedo
me sacas papalotes del pecho
quiero que hoy me enloquezcas
hasta que sólo pueda regresar
a donde estás
para romper la ventana
taparte la boca
llevarte por una nieve
y gritarle al nevero
ella es
la pinche loca de mi vida
y no la entiendo
sólo quiero verla sonriendo
hoy me voy a casar contigo
aunque corra el peligro
de que me asesines con tus besos
que hacen olvidar el tiempo
hoy me voy a casar contigo
aunque la tendencia mundial
sea morir sin acompañante
hoy me voy a casar contigo
aunque tenga que amarrarte
para que no te hagas más daño
aunque me escupas
las pastillas llenas de palabras amorosas
que te doy cuando no te calmas
me cuesta decirlo
pero quiero dejar de entender el universo
contigo
quiero cambiar las reglas de la realidad
contigo
quiero caminar durante el otoño en la ciudad
y gritar
que una pinche loca me persigue
que es lo mejor que me pudo pasar
me das un chingo de miedo
me sacas papalotes del pecho
ya no visitaré a mi familia
ya no le contestaré a mis amigos
me iré contigo a un cuarto
para hablar con las paredes
para pelear por cosas que no pasaron
para ver cómo se funden los focos
para besarnos y entender que los locos
sólo nos podemos amar entre nosotros


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lunes, 17 de noviembre de 2014

Pero sigues aquí.

Me urge que te vayas de nuevo.
Para olvidarte, para ya no sonreír cuando te veo.
Ocupo llenar los espacios que tu ausencia deja en mi alma, con recuerdos que duelen, que queman, que mancillan.
Necesito programarme para odiarte, para dejar de asomarme en las esquinas, para dejar de voltear si alguien articula tu nombre, para dejar de morirme un poco cada vez que percibo el aroma de tu perfume en alguien más que por casualidad me topo en la calle. 
Ocupo sentir la necesidad de preguntar cómo se escribe tu nombre. No quiero ser yo quien siempre corrija a los demás.

¿Por qué no te has ido?

De verdad me urge que te vayas.
Me urge que repentinamente cambies de opinión y me dejes a la deriva una vez más.
Sinceramente, no puedo esperar.
Porque quizá esta sea la última vez.
Es que pasa que siempre que lo haces, detonas la misma conducta en mí.
Me enojo, me aíslo, te aíslo, te odio y decido borrarte de mi vida por un rato.
Un rato que en mi mente debería ser para siempre, sin embargo, nunca me atrevo a decírmelo a mí misma (no vaya a ser que se cumpla).
Y no me malinterpretes, creo que tú más que nadie sabe que lo logro y que cada vez soy mejor en ello, pero siempre hay un momento de debilidad.
La última vez fue más difícil sucumbir, por eso digo que tal vez esta hipotética ocasión sea -hipotéticamente- la última y por fin logre resistir.
Por fin logre echarte, por fin logre alejarte.
Pero quién sabe.
A lo mejor tú lo sabes.
Lo presientes, te quedas.
Ojalá dejaras de quedarte a lo inútil, de estorbarme.
Si te vas a quedar, que sea para siempre, no para lo de siempre.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Honestamente.

A veces me pregunto si piensas en mí. 
Por mi parte, puedo decirte que evito hacerlo, de verdad. Sin embargo, la mayoría del tiempo mis esfuerzos resultan inútiles y termino sucumbiendo a proyectarte en mi mente.
Y si quisiera ser más sincera, debería decir que ni siquiera necesito proyectarte.
Traigo tus ojos pegados en la mirada.
De alguna manera tu mirada me encuentra a pesar de que estás lejos.
A pesar de que no me miras.
Traigo tu sonrisa en la comisura de mis labios.
Tantas veces la besé, que sin darme cuenta, partes de ella se quedaron aquí.
Ya va, si te dijera la verdad, es molesto tener todas estas cosas sin tenerlas en verdad. 
Un poco de mí me envidia y me reprocha a la vez que te veo, pero no te veo en verdad. Que tengo tu sonrisa en los labios, pero no tengo tu sabor en la boca.
Ha pasado tanto tiempo que de nuevo lo olvidé.
Ya para dejar todo claro, la verdad es que siento que traigo tu nombre atado al dedo meñique. Buen plan, porque siempre olvido que estás ahí, pero en algún momento inevitablemente tengo que verlo y reaccionar.
Es como jugar con fuego.

Ella no era la indicada.

Ella no era la indicada porque no le gustaba mi música, claro está.
Y ahora que lo pienso, no era lo único que no le gustaba; no le gustaban las películas que me gustaban, no le gustaba ir al cine, no le gustaba ir a mi lugar favorito a cenar, no le gustaba hablar inglés, no se preocupaba tanto por cómo escribía y se expresaba como yo...
Por supuesto que ella no era la indicada. Lo digo con mucha seguridad porque yo amo los videojuegos y a ella no le gustan. Porque me encanta leer cosas aleatorias que aparentemente no me sirven de nada en la vida y a ella no. Porque no le gusta salir con mis amigos, porque era muy reservada en ocasiones, mientras que yo era muy extrovertida.
Sencillamente ella no era la indicada porque escuchaba música de señoras. Porque le gustaba la música que yo odiaba, porque estaba loca, porque era una persona volátil. Porque hace cosas que yo nunca haría. Porque hago cosas que ella nunca haría.
Ah, y claro que no era la indicada porque nunca quería jugar fútbol conmigo, ni verlo.
Claro que no era la indicada. La indicada, esa que tiene lo que yo tengo, la que me entiende porque se ve en un espejo, esa que en varias ocasiones he nombrado con la esperanza de que aparezca y me ahorre bastantes problemas.
La indicada estaba por ahí, con otra persona que no soy yo. O quizás sola, como yo.
La indicada me está esperando en la banca de alguna plaza, abrazando árboles y dándole de comer a las ardillas.
No, definitivamente ella no era la indicada.
Lo cierto es que no sé si la indicada exista, y si es que no llega...
A lo mejor te done el título.

martes, 14 de octubre de 2014

Aves.

¿Cómo te explico esto que siento?
Que me basta con captar tu imagen de reojo para saber que ahí estás. O estuviste.
Que después de eso, tengo que fijar bien la mirada para cerciorarme. 
¿De qué? Ya sabes, una excusa más para observarte.
Que siempre tengo que tomar aliento después de hacerlo, porque siempre se me olvida evitarlo.
Que después de hacerlo, inevitablemente te recuerdo y me río.
O quizás sea solo otra excusa más.
Que siempre que te escucho hablar, de alguna manera me siento en un lugar seguro.
Que después de oírte, la experiencia me deja queriendo más.
¿Ya te va quedando claro?
Que le pido al Universo que me salve de besarte. Que no permita que me hunda en tus ojos, que me ayude a sofocar los gritos de "¡bésame, bésame!" que provienen de tus labios. De tus ojos, de tu piel...
¡Que apague el campo magnético de tu piel!
Que me salve de tocarte. O me paralice y no tenga las fuerzas para hacerlo.
Que las puntas de mis dedos no se vayan acercando peligrosamente a tu piel, que dejen de hormiguear.
¡Qué va! Que me salve de siquiera tenerte cerca, las ideas se revuelven en mi cabeza y no sé de qué podría ser capaz.
Por supuesto, de nada de lo que he enumerado allí arriba.
Era solo un intento de ejemplo.
Para explicarte lo que siento.

domingo, 12 de octubre de 2014

Run.

Pasaste corriendo a mi lado y se te hizo buena idea tomarme de la mano y arrastrarme hacia donde tú ibas. 
Esa vez yo no tenía nada que hacer, así que se me hizo buena idea seguirte y tratar de mantener el paso tan apresurado que llevabas.
Después de un momento, dejaste de correr y tuve tiempo de analizar todo lo que pasaba, de beberme tu imagen por los ojos, de llenar mi cabeza con afiches de ti, de aprenderme tus claves. 
Yo sentí que ganábamos la carrera, sin embargo, creo que al final no estábamos corriendo en la misma. 
Creo que yo perdí. No sé si ella ganó. 
Ocasionalmente te encuentro en las carreras que corro, pero nunca sé si estás en la misma, siempre dejas una nube de incertidumbre en esos eventos.
Ya aprendí a correr con los brazos pegados al cuerpo para evitar conmociones. 

sábado, 11 de octubre de 2014

La caja.

¡DIIIIING!
Se abrieron las puertas y entré a la caja.
Mientras avanzaba, hacía unos ruidos perturbadores.
Me estaba preparando para lo que venía. 
Mi tumba, el infierno. Ese lugar extraño, aquel ente dañino y amable al mismo tiempo. 
Carajo, ¿qué estoy haciendo aquí? Ya es muy tarde para ello, pero supongo que mi [intranquila] mente me obliga a pensarlo por default.
Pinche caja. Hace ruidos muy culeros y me espanta. 
Pero probablemente lo que haya detrás de las otras puertas me espante más.
¿Ya casi llegamos? Siento que es una eternidad en este cajón de perdición y sonidos tétricos. 
¡DIIING!
Se abrieron las puertas y la distancia que me separa de mi destino son aproximadamente cinco pasos. 
Cinco pasos que pienso muy bien antes de dar. Cinco pasos cuyas ventajas y desventajas creí haber ponderado antes de entrar a la puta caja. Pero ya no estoy segura de todo.
Coño. No sé si esté bien, no sé si vaya a estar bien, pero ya di tres. Ya no hay vuelta atrás
Las otras puertas; ya siento las flamas. ¿Qué habrá aquí hoy para mí?
¡RIIING!
"Me caga tocar el timbre."
Antes de que terminara la oración en mi mente, las puertas se abrieron. No había nadie, solo entré. Ya conocía el lugar y el lugar me conocía a mí. Fue mío, pero ya no. 
No me abriste las puertas, eso solo significaba otra cosa: más puertas para mí.
Obligada por la necesidad de encontrarte, abrí la siguiente puerta, la del infierno. Y ahí estabas.
Entre llamas, por supuesto. Tu propio fuego te estaba consumiendo.
Sonreí en la penumbra y después de batallar un momento, apagué el fuego.
De mi infierno. Del tuyo. De ambos. 
Por un momento dejó de afectarnos, por un momento fuimos libres. 
Sin embargo, ya conocemos esta vida y el trabajo de extinguirlo se ve rápidamente asesinado por la furia del fuego. Aunque este fuego ya no nos consumía, ni a ti ni a mí, al menos por el momento. 
Nos atacamos, pero después reímos.
Porque nos encanta jugar con fuego. Con ese fuego, el nuestro. 
Después de embelesarnos con historias fantásticas e inciertas, tocó salir por el patio de atrás. 
De nuevo a la pinche caja, la que supuestamente me llevaba al cielo. 
Curiosamente, el infierno estaba ahí arriba.

martes, 7 de octubre de 2014

Sirena.

"Siempre te vas", le dije. Palabras que salieron manchadas con un grave tono de reproche y tristeza. No pude evitar que sonara de esa manera. Lo intenté, créeme.
Una vez más, mis esfuerzos habían perdido contra ella, lo normal.
Me miró con lo que ahora puedo clasificar como una mueca de intriga.
(Qué te intrigaba, por otra parte, es algo que no logro comprender aún.)
Poco a poco se acercó a mí, con ese andar reptiliano que tenía (y que le iba muy bien).
Di un paso hacia atrás y sonrió. Quizás eso fue lo que estaba intentando provocar desde un principio. Y si era así, tendría que haberla felicitado por tan acertadas decisiones. Pero me doy cuenta de eso hasta ahora. La oportunidad se fue.
Cuando por fin estuvo tan cerca que podía escuchar su respiración sin prestarle tanta atención, me rozó la mejilla derecha y con el dedo índice dibujó el contorno de mis labios mientras me decía al oído "si no me voy, no sabrías que me necesitas".
Y después se fue, llevándose consigo lo que buscaba de ese evento.
Mi confusión, mi sumisión y el extra de esa tarde: el sonido que hice al aguantar la respiración cuando la tuve cerca.

domingo, 5 de octubre de 2014

Como ahora.

La última vez que la vi, tenía el cabello corto. O eso creo. 
Honestamente pudo haberlo traído hasta los pies y yo no me habría dado cuenta por estar perdida en su mirada y su presencia. Soy un ser tan simple cuando se trata de esas experiencias. Tan unilateral, tan centrado.
Y es que ese tipo de oportunidades son de aprovecharse al máximo, puesto que de repente desaparecen y no regresan hasta mucho después.
Como ahora.
Y como siempre.

viernes, 19 de septiembre de 2014

La lista.

Estaba revisando mi closet el otro día y me encontré la chamarra. 
Aquella que fuera motivo de una decepción más en mi vida. Esa que ya era tuya y regresó a mis manos a causa de un arrebato de impulsividad mío.
Y no te equivoques, yo sé que fue mi error, pero también creo recordar lo que causó todo eso, y supongo que estaba en mi derecho. Pero me estoy desviando y la historia de hoy no habla específicamente de eso. 
Sí, todo regresó por la chamarra, pero te llevaré más allá de ese objeto trivial que tuve el acierto de encontrar y pensar acerca de la historia que la trajo de vuelta a mí.
La chamarra desencadenó un evento mucho más grande, y empezaré por contártelo ahora.
Después de ella, me puse a pensar en todas las cosas que te quedaste y me propuse a hacer una lista. 
Mental. 
No te voy a pedir nada, ya no estoy enojada, ni necesito muchas de esas cosas.
En la lista de mis pertenencias que están en algún lugar de tu casa (o al menos eso espero), enumeraba pulseras, un arete, collares, cartas, risas, miradas, historias, mañanas. 
¡Cuántas cosas te quedaste! Tal vez fue tonto de mi parte permitírtelo, pero a estas alturas del juego no puedo hacer más. Solo pensar en aquello que se volvió ajeno, a pesar de que algún día fue mío. 
Tu voz, mi voz. Amaneceres, chilaquiles, la vez que sentía que me moría, la vez que sentía que me matabas. 
La lista sigue.
Objetos, experiencias, presencias, asuntos etéreos. 
Muchas de las cosas que se encontraban en la lista eran innecesarias, ya ni siquiera había sentido su ausencia hasta que me puse a recordarlas. 
Sin embargo, acercándome al final de ella, descubrí que había estado evitando lo inevitable. 
Darme cuenta de que, entre todo lo que te habías quedado, estaba yo.
Te quedaste conmigo, con ese yo que te perteneció en aquel entonces y ya no me queda claro si te lo cedí, o simplemente lo reclamaste como tuyo y no tuve la fuerza para arrebatártelo. 
Te quedaste con lo más importante, flaca. 
Te quedaste conmigo.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Reirrelevancia

"Ven, nos sentamos del lado de la sombra"
Ella pagaba estudiante y yo el boleto completo. 
¿Lado de la sombra? Llevaba ya bastante tiempo viajando en el transporte público y siempre había sido irrelevante para mí de qué lado me sentaba. Nunca noté que había un lado en el que, por la ruta, nunca pegaba el sol.
Qué curioso, pensé. Y curioso era porque siempre me jactaba de prestarle atención especial a los pequeños detalles, a esos que nadie nota. Esos que nadie nota porque son irrelevantes.
Irrelevante.
Entonces, desde ese día, empecé a sentarme del lado de la sombra.
Dejé de viajar con ella y mecánicamente lo seguía haciendo. Y no me había dado cuenta.
Un día de esos tantos que discutimos por razones que no teníamos, de la misma manera que empecé a sentarme mecánica y automáticamente del lado de la sombra, dejé de hacerlo.
Me sentaba del lado de la ventana, siempre. Fue así, pues, cómo sin notarlo me empecé a sentar del lado del sol.
Me gustaba el lado del sol, me gustaba sentir el aire en la cara, el sol, aunque me desesperara que mi cabello se desacomodara.
Y se desacomodaba porque no estaba sentada del lado de la sombra, pero eso no es relevante.
Relevante.
Relevante es que tiempo después de empezar a sentarme del lado del sol, cambié la dirección de mi cabello. Y ya no se desacomodaba.
Y entonces, podía sentir el aire en la cara, el sol, sin desesperarme porque mi cabello se alborotara cuando lo hacía.
Pero siempre me había gustado cómo se sentía el sol en la piel. En los brazos, en la cara, en las piernas. Siempre me gustó el ardor que provocaba, lo rojizo de mis mejillas cuando estaba expuesta mucho tiempo. Y dejé de hacerlo porque a ti no te gustaba.
Y era algo que podía sacrificar porque, cuando viajaba contigo, no había necesidad de sentarme en el lado del sol. Ni en la ventana.
¿Sabes por qué?
Porque no me importaba dónde estaba, no me importaba no ver hacia afuera, no me importaba no ver la calle. No me importaba sentirme atrapada en un esqueleto de metal hecho para transportar humanos.
No me importaba perderme el viaje, porque el viaje era irrelevante.
Irrelevante.
El simple hecho de estar contigo, hacía que lo demás quedara en segundo plano.
Era una experiencia que apreciaba idiotamente, no necesitaba el sol porque me tomabas de la mano, y tu piel rozando la mía generaba la misma sensación que el sol.
No necesitaba el aire en mi cara porque me bastaba con escucharte y mirarte para que la misma sonrisa estúpida y accidental que el viento me provocaba, apareciera.
No necesitaba ir en la ventana porque tu sola compañía me hacía sentir segura.
Y es curioso porque no había pensado en esto desde hace bastante tiempo.
Y es más curioso aún que todo se volviera tan confuso después.
Pero disfruta las cosas bonitas que te escribo sin razón.
Disfruta saber que tu piel me quema, que tu voz y tu sonrisa me hacen sonreír y que el pasillo dejaba de aterrarme cuando estaba contigo.
Porque...todo eso, es relevante.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Hangover.

Afuera estaba nublado y en el ambiente flotaba ese olor a húmedo que percibimos justo antes de que empiece a llover.
Yo apenas abría los ojos, ya no era de mañana, pero tampoco era muy tarde; a tropezones me paré de la cama y me eché una sábana a los hombros para que no me diera frío.
El cuarto estaba frío.
Caminé hacia el baño para empezar la rutina de despertar. Agua en la cara, agua en la taza, comida al estómago y pasta para los dientes.
Algo que no podía distinguir a simple vista me estaba destrozando la cabeza, los ojos, la espalda.
Por alguna extraña razón, me sentía como si hubiera conectado una borrachera descomunal la noche anterior. Lo curioso es que ni siquiera recordaba haber salido.
Me senté en la orilla de la cama y comencé a preguntarme por qué me sentía de esa manera, haciendo memoria, pero nada regresaba. No sabía nada, no asumía nada.
Empecé la rutina de todos los días y a medio camino recordé.
Recordé que había hablado contigo, recordé que te había saludado en el camino, que no podías quedarte pero me ofreciste tu compañía por un breve instante. Y yo acepté.
No sé por qué acepté.
Tampoco sé por qué no recordaba, pero después de darme cuenta de lo que había pasado, todo tuvo sentido.
Bien sé que un día contigo es una borrachera mental intensa. 
Estar contigo es dejarte entrar a mi mente, dejar que abras todas las puertas, y el clóset, y el buró, y el gabinete del baño.
Estar contigo es mirarte de lejos, sonreírte y ver cómo me sonríes mientras haces un desorden en toda mi casa.
Y dejarte.
Dejarte destrozarme, dejarte tirar los cajones al piso, revolver las cosas que estaban ahí adentro; estar contigo es una aventura, un mal necesario, un dolor que mancilla pero no mata.
Estar contigo es mirarte de lejos y sonreír, acercarnos y morir.
Estar contigo es el vicio más dañino que he tenido.
Estar contigo es el cielo.
Estar contigo es...peligro.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Ouroboros


Poco recuerdo de lo que le dije ese día. No tenía ganas de mirarla a la cara, solo recuerdo el dolor del pavimento en mis rodillas.
Ella sonreía mientras mi mundo se derrumbaba a mi alrededor, dejándome suspendida en un pedazo de la avenida. 
¿Cómo podía serle tan indiferente mi dolor?
No sé qué pasó a continuación, desperté meses después de ese letargo; incompleta, reestructurada, sin malicia.
Yo volví a nacer; ella siguió siendo igual. 
Por un momento olvidé cómo se pronunciaba su nombre, olvidé también el sonido de su risa, de su voz. 
Tan sencillo que era olvidar todas esas características que la hacían única de golpe, pero la mente no trabaja así.
No recordaba su cara, ni su cuerpo, no recordaba cómo se sentía tenerla cerca.
Pero recordaba su olor, y con eso me bastaba para volver a empezar.

lunes, 4 de agosto de 2014

Duo.

Se levantó con una media sonrisa dibujada en la cara.
Con poca dificultad pude notar que, contrario a lo que me pasaba a mí, ella respiraba con mucha facilidad. Yo realmente apenas abría los ojos, ella ya se estaba vistiendo.
¿A dónde vas? Quise preguntarle, pero no pude articular ninguna palabra, no hice ningún sonido. Ella debió notar algo, porque volteó a verme. La sonrisa se le esfumó de la cara, en cambio vi algo en ella que no había visto jamás.
"¿Solo una noche?" preguntó mientras me miraba; sabía que no podía responderle así que salió del cuarto. En ese entonces miré a mi alrededor...todo era un caos. Las sábanas de la cama estaban en el piso, las cosas sobre la mesita de noche habían desaparecido: mis libros, sus cigarros, el vaso con agua que me serví antes de dormir...
"Mierda", pensé, "el piso debe estar mojado". Traté de levantarme de la cama, de lo que quedaba de ella, y no pude. Falta voluntad, me dije a mí misma, luego volví a intentarlo y lo logré. Mi cuarto no era mi cuarto, estaba desordenado, faltaban cosas, faltaba ella.
Salí a la cocina a buscarla, la encontré en la mesa con una taza de café "¿ya puedes hablar?" me preguntó, y quise responder que sí, pero ningún sonido salía de mí. No entiendo.
Ella se rió, pero no porque estuviera divirtiéndose, más bien sonaba como esas risas que sin querer salen en momentos no adecuados, esa risa era nerviosa.
A pesar de mi preocupación, ella se veía tranquila. Ansiosa, pero tranquila. No puedo explicarlo, solo es algo que me transmitió en ese momento...ni siquiera sé cómo lo deduje, supongo que ella me ayudó.
Se terminó el café, ¿de dónde lo habrá sacado? A mí ni siquiera me gusta el café, tal vez lo trajo ella de su casa o lo compró, no sé, yo solo quería que me dijera qué estaba pasando, al parecer ella sabía, al parecer ella era la única en este lugar que lo sabía.
"Mi trabajo era venir aquí y matarte", me dijo. Yo no podía decir nada, así que estaba callada, pero ella se calló unos minutos más, tal vez para dejar que esas palabras hicieran algún efecto en mí; yo solo estaba esperando la explicación. Al ver que yo no hacía nada, suspiró y volteó hacia el otro lado.
"Es que eras débil. A pesar de todo lo que creías, eras débil. Bastó una noche para destruirte, solo una. Eso no está bien." ¿De qué está hablando? ¿Cómo llegó hasta aquí? Honestamente no recuerdo nada, ni lo entiendo. No entiendo por qué estoy tan calmada, ni por qué ella se ve tan ansiosa pero me habla con delicadeza, ¿qué está pasando?
Se paró de la mesa y se acercó a mí, me tocó pero yo ya no sentía nada, no entendía nada tampoco. Volteé a ver mis manos, pero parecía que se esfumaban. Cuando alcé la vista, ella estaba justo frente a mí. Quise decirle algo, pero no podía, algo dentro de mí sabía que no había nada que decirle.
Me sonrió y me tomó de las manos, me llevó al cuarto, lo ordenó y me pidió disculpas.
"Vine aquí a matarte, y tú no lo sabías, apuesto a que ni siquiera sabes quién soy yo, pero te lo explicaré...yo soy tú. En este momento no me conoces, precisamente por eso me enviaron a mí, para poder entrar a los lugares más recónditos de tu mente y poder eliminarlos antes de que nos hagas más daño. Yo sé que esto suena muy descabellado, pero es la verdad."
De alguna manera quise protestar, pedirle que no me matara, pero antes de hacerlo me di cuenta que era completamente inútil. Además de que no podría hacerlo porque inexplicablemente, no podía hablar. Solo la miré, y por fin pude verla. Era yo, pero se vestía muy diferente, incluso tenía el cabello diferente, se movía de una manera muy peculiar...era yo, pero no era yo. Una sensación de calma muy extraña me inundó en ese momento, ya estaba lista.

Me di cuenta del cambio en su semblante y continué diciéndole las razones de mi presencia en su casa, ella solo me miraba, en sus ojos podía ver que estaba de acuerdo con todo. Como si pudiera estar en desacuerdo. Como si tuviera algún sentido explicarle por qué la iba a matar. Terminé de acomodar su cuarto, el que una noche antes había desordenado buscando algo que me impidiera matarla, pero no encontré nada. Sabiendo que era mi trabajo, buscaba excusas para evitarlo, pero cuando algo esta escrito, tiene que pasar, y así fue con ella. Yo la conocía, yo era ella, ella era yo, y de todas formas...tenía que hacerlo.

Se sentó en la cama y comenzó a reírse histéricamente, no sabía lo que estaba pasando, me senté al lado de ella y solo logré abrazarla, no podía hacer nada más. No entendía, si se supone que era yo quien debería estar en su posición. Sentí sus lágrimas, quería decirle que todo iba a estar bien, pero no podía. No podía porque no podía y no podía porque no estaba segura de ello. Entonces me di cuenta.

La maté. La maté mientras intentaba consolarme. La maté antes de que se diera cuenta.

Me mató. Me mató mientras intentaba consolarla. Me mató antes de que me diera cuenta.

sábado, 26 de julio de 2014

Estoy harta de ti.
Harta de tus besos breves, de tu secrecía, de tus roces tan planeados y mecánicos de siempre.
De tu remordimiento cada vez que piensas en mí, de la pesadez de tu voz cuando me hablas.
De tus lágrimas necias cuando me hablas acerca de heridas causadas por alguien más.
Harta de tu indiferencia, aquella que no puedo determinar si es falsa o auténtica; harta de quererte, harta de pensarte. 
Harta de solo querer abrazarte, harta de sonreír cuando recuerdo algo relacionado contigo.
Harta de escuchar lo mismo una y otra vez, harta de esperarte, harta de hartarme.
Y es que he tenido suficiente con media vida queriéndote, puedo partir de aquí sin nombrarte; ya no quiero darte el honor de ser el último pensamiento en mi mente.

martes, 15 de julio de 2014

Música.

No eres la única persona que me ha preguntado por qué me gustas, te lo voy a explicar:
Ya verás, es que contigo me pasó como cuando descubres tu estilo de música favorito. 
Escuchas los demás, pero ninguno se compara al otro. El indicado.
Sabes que no es perfecto, sabes que a muchos no les gusta, pero te encanta y no puedes dejar de escucharlo. 
Justo así eres tú.
Eres la melodía errante que escuché por casualidad en la calle, las letras que distinguí a lo lejos y anoté en el celular para no perderlas. 
Eres la calma antes de la tormenta, pero también eres la tormenta.
Y es curioso, porque me gustan mucho las tormentas; y, tal vez...solo tal vez, también sea por eso que me gustas tanto.

lunes, 14 de julio de 2014

Rollercoaster.

Regresamos a la misma pendejada de siempre. 
A estar acá en la oscuridad, sin saber de ti, sin oír tu voz, sin tener tu número en mi directorio.
Es tanta tu obstinación en mantenerme cerca y lejos al mismo tiempo, que te dosificas en mi mundo con cuentagotas. Y es que sabes el efecto que tienes en mí, y eso es lo peor.
Utilizas tus pinches encantos en mi contra y yo vuelvo a caer. Esos ojos tras ventanas cerradas que siempre pretendes esconder, esa sonrisa que duele cuando la esbozas (porque siempre es cuando me miras), tu tono de voz tan sonso que a veces no entiendo por qué me gusta tanto. Tu cuerpo...los rincones que alguna vez recorrí y en los que también me perdí. Y veo nuevos; nuevos callejones, nuevos parques, nuevos baches. ¿Quién te hizo esos baches? No importa, las dosis de mí abundan y sabes que esas te reparan cualquier tropiezo. ¿Cómo es posible que yo llueva a cántaros y tú sigas siendo sequía para mí?
Y es que, ¿sabes? Lo peor es que ya me sé el juego, ya me gustó el ritmo que tenemos de vez en cuando. Yo sé que un día me hablas, vienes, te veo y vuelvo a empezar. Empiezo a recorrer ese camino que ya he recorrido miles de veces, y que a pesar de ello, me maravilla como si fuera la primera.
Yo sé que vienes, me jalas, me empujas, me tiras y te escondes. Y parece ser que no está en mí encontrarte, siempre te revelas tú sola. 
Se dice que la gente busca relacionarse con individuos cuyas pasiones sean similares a las del otro, pero ya contigo he comprobado que a mí me gustan las emociones fuertes, porque eso es lo que eres.
Una pinche montaña rusa, seguramente dentro del top 10 de las mejores.

domingo, 6 de julio de 2014

Missed call.

Me llamas por teléfono, entre sollozos pronuncias mi nombre y quiero ir a verte.
No sé qué está pasando, me empiezas a contar la razón de tu tristeza y quiero ir a verte.
Te llama, te exige que te vayas, prometes que me vuelves a llamar y quiero ir a verte.
Empiezo a alistarme para salir, espero tu llamada que no llega y quiero ir a verte.
No pasa nada, el alcohol empieza a nublar mis sentidos y quiero ir a verte.
La música suena, alguien me habla pero no le pongo atención porque quiero ir a verte.
La lluvia azota la ciudad de manera desmesurada, me quiero ir de aquí y quiero ir a verte.
Sigo esperando tu llamada, ya no estoy consciente, pero sé que quiero ir a verte.
No estoy aquí ya, impacto algo con bastante fuerza y solo quiero ir a verte.
Me voy, pierdo todavía más el control sobre mi mente pero estoy segura de que quiero ir a verte.
Este sillón está incómodo, me quiero ir a mi casa pero en realidad solo quiero verte.
Me voy ya, me retiro, la llamada no llegó, yo tampoco. 
Yo solo quería verte.

miércoles, 2 de julio de 2014

Estoy harta del día si no te tengo. Estoy harta de la noche.
Estoy harta de esta transición sin razón alguna de existir, estoy harta de la monotonía.
¿Por qué entraste si tenías que huir? ¿Por qué me sonreíste si no te ibas a quedar?
Un día va, un día viene, un día llegas y otro pareciera que nunca estuviste.
Llegas, subes, abres la puerta y sonríes, es todo lo que necesito para quererte otra vez.
¿Por qué viniste a mi casa cuando me moría? ¿Por qué vimos esa película que tanto te gustaba?
Tú no viste la película, yo tampoco. Yo pensaba en ti y en el maravilloso detalle de tu presencia en mi vida.
Y es que, qué buen regalo era. Sin embargo, nunca me detuve a pensar qué pasaría cuando no estuvieras.
¿Por qué dejaste todo aquí, si ya te ibas? ¿Por qué me diste a guardar esto, si no regresarías?
Día, noche, día, noche. A veces tu voz, a veces tus ojos. A veces yo y a veces ella.
No entiendo tu obstinación, ya regresa.

Human After All.

No quiero sentir el paso del tiempo Me rehuso a aceptar que la tormenta que era mi abuelo, es apenas una llovizna ligera No quiero enfrentar...