Regresamos a la misma pendejada de siempre.
A estar acá en la oscuridad, sin saber de ti, sin oír tu voz, sin tener tu número en mi directorio.
Es tanta tu obstinación en mantenerme cerca y lejos al mismo tiempo, que te dosificas en mi mundo con cuentagotas. Y es que sabes el efecto que tienes en mí, y eso es lo peor.
Utilizas tus pinches encantos en mi contra y yo vuelvo a caer. Esos ojos tras ventanas cerradas que siempre pretendes esconder, esa sonrisa que duele cuando la esbozas (porque siempre es cuando me miras), tu tono de voz tan sonso que a veces no entiendo por qué me gusta tanto. Tu cuerpo...los rincones que alguna vez recorrí y en los que también me perdí. Y veo nuevos; nuevos callejones, nuevos parques, nuevos baches. ¿Quién te hizo esos baches? No importa, las dosis de mí abundan y sabes que esas te reparan cualquier tropiezo. ¿Cómo es posible que yo llueva a cántaros y tú sigas siendo sequía para mí?
Y es que, ¿sabes? Lo peor es que ya me sé el juego, ya me gustó el ritmo que tenemos de vez en cuando. Yo sé que un día me hablas, vienes, te veo y vuelvo a empezar. Empiezo a recorrer ese camino que ya he recorrido miles de veces, y que a pesar de ello, me maravilla como si fuera la primera.
Yo sé que vienes, me jalas, me empujas, me tiras y te escondes. Y parece ser que no está en mí encontrarte, siempre te revelas tú sola.
Se dice que la gente busca relacionarse con individuos cuyas pasiones sean similares a las del otro, pero ya contigo he comprobado que a mí me gustan las emociones fuertes, porque eso es lo que eres.
Una pinche montaña rusa, seguramente dentro del top 10 de las mejores.