Un repartidor del Domino's me marca para entregar mi pedido y de pronto el cielo se parte con el estruendo de un recuerdo clandestino.
Mi imperio romano es que [todavía] me paralices el mundo de vez en cuando, sin quererlo ni esperarlo. Ha pasado tanto tiempo que ya ni siquiera eres tú, tú.
Pienso que yo ya sabía de amores antes de que me quebraras el mundo, pero también pensaba que sabía de tristeza y quebranto hasta que regresaron con tu partida y no tenían la misma cara que antes.
Por mucho tiempo me repetí que perro viejo no aprende nuevos trucos y ahora que lo pienso me da risa recordar cómo antes lo decía con cierta seguridad y tristeza; que ahora han sido sustituidas por la duda y el asombro.
Otros amores han sido mi casa y aunque no he permanecido ahí, aún los recuerdo y me sorprende cómo, a pesar de haber naufragado en cada orilla, he vuelto a zarpar al mar.
Hoy la pizza no fue para dos, pero me ha abrazado el recuerdo de mi sonrisa a través de aquellas miradas ajenas que, cuando me miraban, querían fundirse en mí; casi tanto como yo en ellas.