jueves, 17 de septiembre de 2015

Seagulls

Tu sonrisa me despierta de madrugada y cuando la busco, ya se fue. El eco de tu risa se esconde en los rincones de la casa y huye cada vez que me acerco para atraparlo.
El desayuno está servido y la mesa está preparada para dos aunque no quede más que lo queda de mí y mis gatos que no se separan de mi lado desde que solo sirvo un tazón de cereal en las mañanas. Hasta ellos se dan cuenta. Hasta a ellos les cala que no estás.
¿Qué te cuento del jardín? Lleno de maleza como de flores marchitas, enredaderas en las rejas como si fueran nudos en una larga melena, lagartijas corriendo de aquí a allá.
El café frío ya no tiene el honor de sorprenderme con su naturaleza. Ya pasó la novedad, se estancó en la rutina de los días que nunca empiezan como deberían, de las sábanas frías, del tazón solitario de cereal y del fantasma desayunando con el alma goteándole del cabello, de las manos, de los pies, como si la soledad fuera una serie de cadenas y candados que se cuelgan de uno, que me dificultan caminar, respirar, levantarme, vivir.
Ya te imaginarás que es especialmente difícil cuando tu sonrisa viene a hacer de las suyas y tira de mi mano, me lleva lentamente a lugares donde ya estuve, donde ya estuviste, donde ya estuvimos. Aparecen todas y cada una de sus versiones frente a mí.
Todas tus sonrisas, haciendo un mural gigante en mis ojos, cubriéndolos, pintando versiones sosas y tontas de ellas en mi cara, sofocándome.
En medio de la inmersión puedo sentir tus manos, presionando todos los botones, detonando bombas que ya habías colocado antes, derrumbándome.
De rodillas te sigo contemplando y si tan solo pudiera alcanzarte para decirte que nada de esto importa, si pudiera hacerte comprender que no hay peor tormenta que la que se avecina cuando no estás, si pudiera gritar lo suficientemente fuerte para que me escucharas. Tal vez dejaría de sentir que me ahogo. Tal vez podría gritarte todo con un abrazo, tal vez podría evitar toda esta confusión. Tal vez, tal vez...

martes, 15 de septiembre de 2015

Perdóname

Perdóname si digo que te quiero,
si lo escupo sin preámbulos
en cualquier momento.
Pero es que el sentimiento
hierve en todo mi cuerpo
y busca una manera de escapar.
Todavía no sé lidiar con eso.

Perdóname si te veo de reojo
cuando no me estás viendo;
disculpa si me descubres y sonrío.
Hay partes de mí que todavía
no se acostumbran a que no estés;
antes no tenía que esconderme
de tu mirada, antes no asustaba.

Perdóname si busco tus manos
con las mías, incansables,
de noche, en la oscuridad.
Cuando estoy sola y no hago
más que pensarte, cuando las
paredes empiezan a invocar
tu nombre entre risas y llanto.

Perdóname si grito tu nombre
desde la montaña más alta,
mientras arrojo mapas al aire,
por si se te olvidó el camino.
Disculpa si trato de construir
un atajo por ahí para que vuelvas,
pero no es lo mismo si no estás.

Perdóname si te robo un beso.
Si me tomo la libertad de robarte,
aunque sea un segundo, el aliento
por sorpresa; pero velo como un
tipo de retribución, como un pago.
Por las veces que tú y tu mirada
ya me lo han robado a mí.

domingo, 13 de septiembre de 2015

But how

Cuando sienta la necesidad de decirte que no soporto tenerte lejos más tiempo, ¿cómo te vas a enterar? Más importante aún: ¿quién te va a decir que me muero por abrazarte? No voy a ser yo. Y no voy a ser yo porque no puedo. No puedo decirte, no puedo mirarte. Te miro y entras. Te siento tocar las ventanas de mis ojos y abrir la puerta aunque no haya respuesta. Me invades. Y lo haces con gracia, lo haces parecer tan fácil. Así de fácil mi reino es tuyo, así de fácil me dejo ir, así de fácil me pierdo en ti.
Evito tus ojos, pero caigo en tus manos, en tu boca...no hay escapatoria. Tenía tiempo viviendo en este laberinto, ya lo sabía. Me encerré en todos los rincones, me escondí aunque nadie me buscaba, recorrí sin prisas todo el lugar. Tu boca, ese era el candado que me contenía. ¿Cómo pretendes que calle ahora todas las voces que me gritan que te bese? La media luna que se forma cuando sonríes es todo. No te das cuenta, no te das cuenta pero iluminas todo alrededor. Todo está oscuro, pero estás tú, está la Luna.
Y si acaso lograra escapar de tu boca, tus manos pararían en seco cualquier fútil intento de huir. Tu piel en mi piel hace que todo se estremezca. Todo se derrumba, pero curiosamente todo cae en su lugar. Está dicho. Huir de ti y fallar cada vez, es mi condena. Porque ahora estás lejos, porque ya no te tengo. ¿Quién te va a decir que me muero?, ¿cómo te vas a enterar? ¿Cómo, si todas las palabras desaparecen antes de salir? Si la cárcel eres tú, si mi aliento escapa cuando apareces, si me destruyes y vuelves a construir con una sonrisa, si por querer escapar vuelvo a encerrarme.
¿Cómo, si mi boca apenas sobrevive a los incendios que provocas con mirarme?


sábado, 5 de septiembre de 2015

Pointless

Yo ya escribía cuentos de escorpiones y arañas cuando tú llegaste.
No te engañes pensando lo contrario, no te sirve de nada. Quizás el secreto de tu mente es que realmente tú tampoco sabes qué es lo que pasa con tu mente. Y en estos momentos se me antoja volverme repetitiva y decirte que me encantaría abrir tu mente, levemente; mirarte de frente, gritar "qué buena suerte", dejar de estar ausente, hablarte del horizonte. Decirte que no ha cambiado, que aunque lo habías abandonado no se sintió desesperanzado, que yo ya había llorado por haberlo contemplado, que había perdido su belleza al sentirse desolado. Que había una fiebre de alegría espontánea a partir del medio día, porque la sonrisa de la Luna prometía que regresaría. Porque aquí seguía, porque no se iría. Porque no sabía que todo era mentira.
Yo ya hacía rimas sin sentido antes de que te fueras, antes de que dijeras tantas cosas que al estar expuestas al mal tiempo, se pusieron enfermas. Yo ya era yo, yo ya existía, yo ya había llegado aquí antes de que conquistaras estas tierras; yo ya estaba aquí antes de que me expulsaras, yo ya estaba aquí antes de que me mataras.

WWXIII

Fuimos a la guerra y destruimos la ciudad.
Bombardeamos nuestros oídos con lo que no queríamos escuchar.
¿Cuánto tiempo nos quedamos en la zona del peligro?
Tu ejército no descansa, no duerme, no sufre.
Volteo y miro las ruinas de lo que habíamos construido.
¿Qué hizo que quisieras destruirla?
Más que guerra, eres un huracán.
Llegas y derribas las puertas, 
haces que todo se desmadre, complicas la respiración.
Así te ves de lejos, amenazante.
Desde la ciudad vemos cómo te vas acercando.
Te desplazas con un movimiento hipnotizante.
Carajo, hasta parece que estás bailando.
Y nosotros te observamos, y no corremos.
Al contrario, la ciudad se ha acostumbrado a tus guerras.
A tus huracanes. Al caos inminente.
Los ciudadanos ya no huyen, solo cierran sus puertas.
Yo ya no huyo, me planto frente a ti y trato de disolverte.
Antes de que hagas, como siempre, lo inevitable.
¿Por qué trato de evitar lo inevitable?
Se ha vuelto rutina, Guerra.
Se ha vuelto rutina, Huracán.
Tal vez solo son maneras de convencerme
de que mi resiliencia algún día me servirá.

Escombros y fantasmas

Me arde la piel donde estuviste. Mis manos corren por los caminos que me dibujaste y en cada esquina se encuentran recuerdos. Mi cuerpo, tu casa. 
Las sonrisas pasan a mi lado y me acarician; algunas me golpean la cara burlonamente y después se van.
Varias rutas se cerraron por demolición, o tal vez remodelación. Mi mente camina sin rumbo entre calles llenas de fantasmas y voces que logro escuchar a lo lejos. Las manos tratan de encontrarse con la mente, entre un sinfín de escombros que ninguno de los dos sabe de dónde salieron, esto no estaba así. 
Alguna vez la mente tuvo mapas de todo esto, pero perdida ella, lo demás también se perdió y en este punto, no sabía cómo encontrarlo.
¿Cómo se iban a encontrar esos dos? Cada uno perdido en su propio duelo, en su propio letargo, separados, ya no en sintonía, sin comunicación. Separados por quien alguna vez los unió, pero el cuerpo está en ruinas. El cuerpo está en remodelación. El cuerpo no está.
Las manos lo recorren y encuentran basura, enredaderas, telarañas. La mente lo recorre y solo ve fantasmas, solo encuentra callejones sin salida. En el centro algo late, pero quién sabe cuánto aguante; lo de la mente y las manos es una carrera desesperada, un impulso por reencontrarse, una lucha por la armonía perdida, el viaje por salvar una tríada que se descompuso.
El tiempo pasa y las calles se hacen más complejas, se tornan laberínticas; las manos escuchan el rugido de un mar furioso cerca, la mente a lo lejos. La desesperación de ambos se sincroniza, tienen que encontrarse, tienen que llegar al centro del cuerpo, tienen que arreglar la tríada. 
Rompen reglas, saltan bardas, derrumban paredes conscientes de que es daño colateral, pero reparable.
El cuerpo lo siente, sus adentros se retuercen, algo le quema el pecho, pero sus manos no están, la mente tampoco y no puede pensar, se condena a sí mismo a permanecer inmóvil, sintiendo dolor pero ignorando la fuente del mismo; grita por ayuda y las manos y la mente responden, pero están lejos de que el cuerpo pueda escucharlos. "YA CASI" se engañan, "ya casi llegamos, ya casi nos encontramos". Pero están en lo cierto. Los fantasmas se hacen a un lado, los escombros no estorban, los rugidos del mar cesan por un momento y les permite pensar; las manos y la mente se encuentran en medio del caos. Miran a su alrededor y saben que tienen que llegar al centro, a arreglar la tríada, a recuperar el equilibrio. El cuerpo yace bajo ellos, herido, con la vida escapándosele poco a poco. Las manos hacen lo suyo: limpian las heridas, recogen lo que se había caído y lentamente ponen todo en su lugar, mientras que la mente consuela, escucha, reconforta. La tríada comparte el dolor, pero también comparte el duelo, y con él, la solución.
El cuerpo reacciona, por fin, aunque despierta al dolor. Pero no está solo, la tríada lo protege. No sabe por qué, pero tiene la seguridad de que juntos reconstruirán todo lo que derribaron, sabe que no está perdido.
Pronto, todo volverá a estar bien.

Human After All.

No quiero sentir el paso del tiempo Me rehuso a aceptar que la tormenta que era mi abuelo, es apenas una llovizna ligera No quiero enfrentar...