Poco a poco voy descubriendo las ventajas de mi lobeznidad. Por las noches agudizo mis sentidos, respiro hondo y me dirijo hacia la montaña,
siguiéndole el rastro a la nube que esa noche crea que me va a llevar a ti.
Las montañas son muy inclinadas, pero como cada vez manejo mejor mi lobeznidad,
noche tras noche voy sintiendo el recorrido menos complicado, menos pesado.
Pero todas las noches me canso de aullarle a las nubes; hace tiempo
dejé de suplicarle a la Luna que me llevara de regreso a ti.
Nunca lo hizo y todas las noches era la misma, tenía más oportunidad con las nubes, nómadas por naturaleza, condenadas a ser de todas partes y de ninguna a la vez.
Tal vez les molestaban mis súplicas, pero yo ya no podía perder nada más.
Al principio no comprendía la lobeznidad.
Pero después todo tuvo sentido, desde que te fuiste, fui condenada
a un infortunio un poco parecido al de las nubes,
me volví nómada recorriendo el globo; buscándote, sin encontrarte.
Quizá a mi nuevo nómada y lobezno ser le hacían falta unos mapas y una brújula.
Pero después de convertirme en lobo, yo no podía entender ese tipo de artefactos.
Por eso me dejaba llevar por las guías más inexactas del mundo.
Por eso nunca te encontraba.
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