martes, 25 de noviembre de 2014

El punto.

Estoy escribiendo porque tuve un mal día.
Tengo muchas cosas en la cabeza y de por sí te la pasas dando vueltas ahí, pero ahorita estás como si te hubieras chingado unos diez mil expressos y catorce Red Bulls.
Y no paras, ¿no te cansas? Chingado, yo me cansaría. A estas alturas, ya me dolería bien culero la espalda y las rodillas y los pies y todo el cuerpo. 

De tanto andar dando vueltas.
Pero en fin, comenzaré con el meollo del asunto. Que realmente no sé cuál es, solo sé que te tengo dando vueltas en mi cabeza y me estás molestando porque...
Me molestas.

¿Sabes qué? Me gustaría que fuera de lo más normal poder hablarte para contarte que tuve un día de la chingada. Porque estúpidamente hablé con una persona acerca de eso y solo logró molestarme más.
Y, ¿sabes qué? Me molesta porque seguramente si hubiera hablado contigo, en estos momentos estaría más calmada.
Aunque probablemente después estaría hecha mierda por lo mismo.
Porque contigo, el caldo casi siempre sale más caro que los frijoles.

Pero otra vez estoy divagando y me quiero concentrar en el punto de todo esto.
El punto, ¿cuál es el punto?
El punto es que en estos momentos -que no son los mismos momentos que los míos y a la vez sí-, estás leyendo esto y te estás preguntando, igual que yo, cuál es el pinche punto.
Porque ya lo he mencionado como cinco veces y el punto nomás no aparece.
.
Punto.

El punto es que te extraño.

Y el punto es que eso está muy feo.

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