"Siempre te vas", le dije. Palabras que salieron manchadas con un grave tono de reproche y tristeza. No pude evitar que sonara de esa manera. Lo intenté, créeme.
Una vez más, mis esfuerzos habían perdido contra ella, lo normal.
Me miró con lo que ahora puedo clasificar como una mueca de intriga.
(Qué te intrigaba, por otra parte, es algo que no logro comprender aún.)
Poco a poco se acercó a mí, con ese andar reptiliano que tenía (y que le iba muy bien).
Di un paso hacia atrás y sonrió. Quizás eso fue lo que estaba intentando provocar desde un principio. Y si era así, tendría que haberla felicitado por tan acertadas decisiones. Pero me doy cuenta de eso hasta ahora. La oportunidad se fue.
Cuando por fin estuvo tan cerca que podía escuchar su respiración sin prestarle tanta atención, me rozó la mejilla derecha y con el dedo índice dibujó el contorno de mis labios mientras me decía al oído "si no me voy, no sabrías que me necesitas".
Y después se fue, llevándose consigo lo que buscaba de ese evento.
Mi confusión, mi sumisión y el extra de esa tarde: el sonido que hice al aguantar la respiración cuando la tuve cerca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario