miércoles, 31 de diciembre de 2014

Nunca vas a ser mía.

Qué pinche hermosa estás.
Me duele decirlo porque nunca vas a poder ser mía.
Te voy a mirar de lejos y sonreír porque qué pinche hermosa estás.
Pero siempre de lejos, porque nunca vas a poder ser mía.
¿Ya te dije que estás hermosa?
Te voy a tener que ver en pantallas que no le hacen justicia a tu pinche hermosura.
O en la calle, desde donde no pueda apreciar bien que estás pinche hermosa.
Pero no importa, porque al menos una vez te tuve cerca y una vez bastó para saberlo.

Estás bien pinche hermosa, y nunca vas a poder ser mía.
Porque tu pasado y tus fantasmas te persiguen.
Una vez te tuve cerca, una sola vez.
Yo sabía que no debía tenerte cerca, pero me arriesgué por tonta.
No debía tenerte cerca, porque me iba a dar cuenta.
Iba a darme cuenta de que estás bien pinche hermosa, 
y que nunca ibas a poder ser mía.

A lo mejor pudiste ser mía, pero no te pregunté 
y la oportunidad se alejó bailando y riendo.
Te jalé el brazo, me miraste y fui cobarde.
Todo es culpa de tu pinche hermosura 
y tus inseguridades, y las mías y por saber cosas de más.
Por saber que nunca vas a ser mía.

martes, 30 de diciembre de 2014

"Estás a un día de que te mueras" le dije, usando un tono amenazador, aunque soy cobarde. No me estaba viendo, así que cuando terminé mi frase, volteó y me miró con aire divertido. "Ahí viene", pensé. Ahí viene lo que no quería. "Pendeja, pendeja, ¿para qué chingados la amenacé?". Tomó un sorbo del café negro que aprendió a amar recientemente y me sonrió sin dejar de hacer contacto visual. Pero no era una sonrisa de esas que te llenan de calma, al contrario, esa sonrisa me estaba llenando de dudas. Mis chingaderas, siempre digo que nunca hago cosas de las que me podría arrepentir y me estoy arrepintiendo ya. Mi cabeza giraba, mis ideas estaban hechas un lío, me sentía en la escena de las llaves voladoras de Harry Potter, pero no tenía mi escoba para escapar del desmadre que había armado. YA TERMINA DE TOMARLE A ESE CAFÉ, POR AMOR A DIOS. Yo no sé qué tanto tomó, pero la espera se me hizo eterna y la expectativa crecía cantidades descomunales por segundo. Por fin separó los labios de la taza, cerró los ojos y suspiró. Entonces dejó el brebaje en la mesa de la cocina y caminó hacia donde yo estaba. Ya tenía un chingo de miedo, ya no sabía qué esperar. Sus silencios se volvían violentos, toda la situación se estaba poniendo violenta y no estaba pasando ni un carajo. Pinche paranoia. Para empezar no sé por qué le tenía miedo. "Me lo dices como si no lo supiéramos desde que empezamos con esto", me dijo finalmente. La tranquilidad con la que hablaba me pegó más fuerte que la luz del sol cuando despierto. Se rió. Me reí. No sé por qué le tenía miedo. No sé si en realidad le tenía miedo. No sé a qué le tenía miedo, en realidad. Entonces habló de nuevo, y recordé. No era siempre ella, pero casi siempre eran las mismas palabras. Coño. Yo quería seguir viviendo en el limbo de mi realidad, en donde he estado viviendo últimamente. Hubiera seguido corriendo, hubiera seguido espiándola detrás de las cortinas como siempre. De nuevo olvidé mi lugar y salí a buscarla, a acusarla, a provocarla. ¿Cómo es que nadie me detuvo? Me puso una mano en el hombro pero en realidad estábamos tan lejos que no sé cómo logró hacerlo. Nuestras naturalezas son tan distintas que no estamos hechas para estar juntas. Siempre juntas, pero siempre separadas. Tal vez leyó todo lo que pensaba en mis ojos, porque me volvió a sonreír y se alejó de nuevo. Mi otra parte, el otro lado esporádico de mi moneda.
"Yo no le tengo miedo a mi naturaleza", escupió por fin, "y tú tampoco deberías", agregó. ¿Cómo que no debería? Está loca, ella se va, pero yo me quedo aquí siempre. Yo tengo que ver todo lo que ella hace, pero ella no repara en lo mío. Pinche ser inferior, pinche esporádica. Cuando ella se va, llega otra que no conozco a continuar lo de la otra. Y así sucesivamente. Y yo veo cómo guardan en cajas lo que les doy, las cosas importantes, veo cómo las archivan y de vez en cuando las consultan pero eventualmente las vuelven a archivar. O peor aún, las dejan tiradas por ahí y las pierden, y entonces yo tengo que regresar a dárselas de nuevo. "Pendejas impulsivas", pienso. Y las envidio.
Y ella se sirve otro café como si le diera lo mismo desperdiciar su último día llenándose de cafeína, como si le sirviera de algo tomar café, como si no se fuera a morir mañana. Cierra las ventanas de la casa y prende una vela, se sienta conmigo. A metros de mí, a kilómetros de mí. Siempre juntas, pero siempre separadas. Me cuenta todo lo que hizo mientras estuvo aquí, como si no lo supiera, como si no supiera que perdió tres cajas de cosas que le di. Como si no supiera que hizo un desmadre y luego lo arregló pero nunca quedó igual. Como si no supiera que me hizo parecer loca con sus acciones. Como si no supiera que siempre estuve aquí. Como si no supiera que la envidio.
Como si no supiera que no me importan sus asuntos, porque la razón nunca va a entender al corazón.

Inocente palomita.

Creo que entendiste todo mal, inocente palomita. Que cuando dije que abrieras la mente y las piernas en realidad entendiste que abrieras el corazón. Qué gran malentendido, inocente palomita. Tal vez la primera vez que me abriste la puerta de tu cuarto, pensaste que nunca más iba a querer salir de ahí. Pero la que nunca más iba a querer salir de ahí después de que yo entrara, ibas a ser tú. Creo que lo confundiste todo, inocente palomita. Las cosas con las que te amarré a la cama eran cintas, no esposas. No habían candados, te podías liberar cuando quisieras. Yo nunca quise encerrarte ahí, ni quise encerrarme a mí. Te conté todas las historias, te enseñé todas las ciudades que destruí, y aún así no me querías soltar. ¿Quién te hizo tanto daño, inocente palomita? ¿Quién hizo mierda tu cabecita? Inocente palomita. La temperatura de las puntas de mis dedos siempre estuvo regulada para no quemarte, para no marcarte. Para que cuando me fuera, te olvidaras de mí después de un tiempo, para que no me recordaras al mirar los surcos de tu piel. Pero lo hiciste todo mal, inocente palomita. Recordabas el ardor de tu piel y tú misma te hacías las marcas. A lo mejor yo también hice todo mal, porque debí haber huido en ese momento, inocente palomita, pero me quedé. Y es que hiciste todo mal. Hasta te di mi número que estaba por cambiar, para que me fuera y no me volvieras a marcar. Inocente palomita, tú pensaste que todo esto iba a durar más. Te dije que era nómada, que llegaba hoy y mañana me iba, que iba a salir por la puerta y nunca más iba a volver a entrar. Que eras una ciudad más a la que eventualmente destruiría y le tomaría fotos en llamas cuando me alejara de ella. Fotos como las que te enseñé al principio, cuando te enseñé el resto de las ciudades. Soy mi propio Alejandro Magno, inocente palomita. Soy mi propia piel encandilada, soy mi propia razón desviada. Tú nunca fuiste nada, inocente palomita. Yo llegué a destruirte, no a a arreglarte el corazón. Vine a arrancarte la piel. Vine a arrastrarte hasta el último círculo del infierno, a abandonarte en una fosa, y a hacerte gritar de placer en el trayecto.

Humo

Llevo ya tres días masticando este chicle. Al principio pensé que me gustaba el sabor, pero ése ya se fue hace unos días, no sé por qué no lo he tirado. No sé por qué no he dormido, tampoco. La intranquilidad de no saber por qué no he tirado el chicle me lo impide. Porque, para empezar, ¿de dónde saqué este chicle? Quizás me lo encontré tirado en la calle y se me hizo buena idea metérmelo a la boca, o quizás se lo compré a algún vendedor ambulante, de esos que venden rosas en los bares a los que voy. Sí, creo que eso fue. Hace tres días estuve en el bar con la mejor vista de la ciudad. En el patio de atrás, donde tienen el asador. Fui parte de pláticas triviales y sin sentido como siempre. Estuve ahí, pero como en todos los demás lugares a los que voy, realmente nunca estuve ahí. Yo escuchaba las palabras que decían y escuchaba que otras salían de mi boca, pero en realidad le estaba prestando atención al humo que de vez en cuando pasaba frente a mí para elevarse y desaparecer. Yo quería ser el humo. Quería flotar como él y llegar hasta mi destino para luego desaparecer. Qué vida tan fácil tiene el humo. Pero este que observaba me jugaba bromas pesadas, subía hasta el punto en donde estaban las montañas que yo quería escalar y luego desaparecía, dejándome con una sensación extraña. Maldita montaña. Ahí donde está tu reino. Y así una y otra vez, palabras entraban, palabras salían y el humo subía y luego desaparecía. Después de acostarme en el piso del cementerio en el que viven todos mis recuerdos, descubrí por qué. Por qué no tiraba el chicle, por qué no he dormido y por qué no he escalado la montaña. Inconscientemente, yo ya sabía que era como el humo, pero a diferencia de él, que acepta su destino sin chistar y se sabe de vida corta, yo aún no quería desaparecer.

El sueño.

Quiero escupirte la verdad en los ojos.
Reírme en tu cara y acusarte con lo crudo de la verdad.
La verdad. La verdad absoluta. La única verdad. Mi verdad.
Ya te envolví en papel plateado todas las dudas que me sembraste para llevar.
También fui a la tienda que te gusta a comprarte los dulces que te gustan.
Porque la verdad sabe fea y aunque te la voy a escupir en los ojos, 
también la vas a probar.
Y los dulces son para endulzarte la boca.
Para que no te sepa fea después de la verdad.
Y para que no me sepa fea después de besarte.
Te voy a besar todos los espacios en blanco que dejaste 
en todas las cartas que no me escribiste.
Voy a cortarme los momentos que quería regalarte 
y te los voy a pegar en la pared con Kola-Loka®.
Ve rápido por el extintor, porque vamos a incendiar el cuarto.
Pon las manos contra la pared y abre las piernas, 
que voy a revisarte y sacarte todas las cosas que me robaste.
¿Estás lista para que te escupa la verdad?
Quítate los lentes y el suéter y los zapatos, no te vayas a manchar.
Siéntate y escúchame hablar acerca de todo lo que siempre te he dicho 
pero nunca has querido ni sabido asimilar.
Abre bien los ojos, que ahí te va:
Quiero besarte la existencia y tus pecados.
Quitarte todos los nudos que tienes en el cabello.
Licuarte la razón y hacer que te la tomes de un sorbo.
Contarte los sueños de un corazón mudo y sordo.
Abrirte los ojos y sentarme a tu lado.
Hacerte mi cómplice e irnos a robar bancos.
Arreglar la casa y mirarla desde lo alto.
Izar las velas, y que te mudes a mi barco.
Pero tienes cara de que no entiendes nada, como siempre.
De que mañana te vas a volver a ir.
Y que te convencerás de que me soñaste.
Me quitarás el calor y me convertirás en ficción.
Vas a irte otra vez del otro lado del mundo, 
ordenar un baño y un festín.
Te vas a limpiar la verdad de los ojos, 
vas a tachar y reescribir tu sueño para ti misma.
Vas a arrancar los momentos de la pared.
Vas a olvidarte de mi cara, regresarme el papel plateado 
y volver a llevarte las cosas que ya había recuperado.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Valgo verga.

Valgo verga.
Lo de costumbre, lo de siempre.
En Navidad, para hacerlo simbólico.
De la mano llevaba una caja llena de cositas.
Cositas bonitas, cositas tiernitas, cositas para ti.
Pero es tu gran pasión desmadrarme y echarlo a perder.
Eres la niña traviesa que se mete en el jardín ajeno y pisotea las flores.
Tal vez ese es el problema, que no te gustan las flores.
O eso sabía yo, eso me dijiste, no te gustaban, según.
Ahora quién sabe, cada vez me convenzo más.
Existen situaciones que me hacen dudar.
Ya no sé si alguna vez te conocí.
O si tal vez solo me lo creí.
Es muy fácil odiarte.
No me preguntes por qué.
Por qué lo descubrí hasta ahora.
No me lo preguntes, porque no sé.
Siempre he tenido un montón de razones.
Y siempre han estado en las cajas llenas de cositas.
Tal vez como siempre las tiras y las desmadras, se pierden.
Y yo las olvido, porque de tonta no quiero creer que son reales.
Pero sí que son reales, son muy reales, siempre están aquí.
Son como pequeños fantasmas que me susurran cosas.
Cositas, pero no son bonitas. Estas cositas no.
Y esas cositas me hacen querer odiarte.
Y esas cositas podrían logarlo.
Que te odie, con ganas.
Y con derecho.
Que te odie por despecho.
¿Por qué más te odiaría? Pues sí, es obvio.
Que te odie por haberme deshecho tantas veces.
Fantasmas que me visitan de vez en cuando y se alejan.
De pronto gritan, de pronto susurran, aquí, allá.
Tus fantasmas me visitan cuando valgo verga.
Y me susurran, no necesitan gritarme, ya no.
Me susurran que te odie, que te eche.
Y yo los escucho cada vez mejor.
Y los susurros parecen gritos.
Y me uno a ellos porque sí.
Grito que te odio.
Pero me odio.
Por mentir.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Como nunca quise a nadie.

Desprecio tu persona, tus encantos,
deseo que te vayas al infierno,
espero que tu cama sea un invierno,
que sueñes sólo duelos y quebrantos.
No escondas la sonrisa entre los llantos,
ahora no es momento de ser tierno,
la voz me la he guardado en un cuaderno,
me callo ante tus falsos desencantos.
Espero que el pasado se deshaga,
que aquella canción ya nunca se radie,
lo nuestro es una vela que se apaga.
Y toda la maldad que ahora te irradie
es sólo por amor, por si te halaga.
Te odio como nunca quise a nadie.






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martes, 16 de diciembre de 2014

Las contraseñas.

Cuando yo llegué, tuve que equivocarme 
miles de veces para aprenderme las contraseñas.
Es que quien había estado antes que yo 
se llevó el manual y no lo regresó nunca.
Y ella ya se las sabía de memoria.
Cómo hacerle para abrirle la boca, 
la mente, el corazón, la blusa, las piernas...
Todo eso en el manual, y el manual no estaba.
Y yo intentando, apretando todos los botones a la vez, 
aguzando el oído, atenta para ver si escuchaba algo.
Algo que dijeras tú, o que dijera la cerradura, algo.

Se llevó todos los instructivos y yo aquí, 
tratando de deshacerte cada nudo que te encuentro.
Y fallando en cada intento.
Qué necedad la mía de seguir intentando adivinar 
lo que dicen unos ojos que no miran más.
Qué envidiosa, pensaba. 
A ella no le costó tanto trabajo como a mí, 
y todavía se llevó los instructivos.
Y mientras ella allá, y ella acá, yo estaba 
dándole vueltas a lo que tenía entre manos.
Mi vida, tu vida, tu mentado corazón coraza
el mismo de Benedetti.
¿Cómo te quito todos estos candados?
Habrá que comprarse uno de esos kits 
para abrir cerraduras, quiero pensar.
Nunca he usado uno, pero con práctica, 
tal vez logre dominar el arte.
¿Será un arte?
Seguro por removerte a ti todo esto que te hunde, 
la acción acaba por mancharse pronto 
de un alto grado de dedicación, 
de pensar, de planear.
Esto es arte.
Y no rimaremos con frases trilladas como 
besarte, tocarte, matarte.
Aunque, al final, terminamos por hacer todo eso.
Yo no sabía en qué me estaba metiendo.
Tú tal vez no sabías en qué me estabas metiendo.

¿Qué hacía yo en medio de la espesa niebla? 
¿Por qué estaba tratando de abrir [tus] candados?
La niebla, mi ceguera, la perdición.
Por supuesto que yo no veía más allá 
de lo que tenía en frente.
Y lo que tenía en frente eras tú.
Tú eras mi proyecto, mi trabajo, 
yo necesitaba aprenderme las contraseñas.
Y las contraseñas no estaban.
Y cuando los recursos faltan, 
uno tiene que improvisar.
Así que heme ahí, en la niebla, 
viéndote solo a ti, tratando de abrir tus candados.
¿Me podías ver? 
¿O es que acaso tú sí veías más allá de la niebla?
Uno a uno los candados, uno a uno los nudos.
La falsa sensación de victoria se apoderaba ya de mí, 
cuando por error quité mis manos de tu piel.
Y te vi alejarte, cosa que comprendí 
cuando ya estabas muy lejos como para alcanzarte.
Esto no me lo esperaba, pero te fuiste.
Caminando, lentamente, 
como para alargar la agonía.
Alcanzaba a distinguirte a lo lejos.
Y yo aquí, y tú allá, y yo plantada.
Sin notarlo, todo lo que te quité a ti, estaba ahora en mí.
Cuántos candados, cuántos nudos.
Y yo, sin saber las contraseñas.

Tragedia.

La primera calada me dejó la cabeza en las nubes.
Yo no sabía que una dosis tan pequeña me pudiera hacer sentir así.
Tampoco pensaba que se pudiera acabar tan rápido.
De pronto me vi envuelta en algo que no comprendía.
Tragedias, dolor.
Mi árbol de la noche triste, la acera, tus pies, mis rodillas.
El agua cayendo poco a poco, las luces, ¿qué es esto?
El taxi, la música, el trayecto.
¿Cómo me levanté al día siguiente?
¿Cómo pude verte?
Un día después de que muriera, fui a verte.
A suplicarte, a decirte "no me dejes".
En estos momentos quisiera correr y detenerme.
Pudimos haber hecho bastantes cosas ese día.
Pudimos haber huido.
Pudimos haber sanado un poco.
Pero seguimos el camino equivocado.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Los demonios.

Voy a lavar toda mi ropa de madrazo.
Voy a descomponer la pinche lavadora 
de tantas cosas que le voy a meter.
Los calzones, los bras, las blusas, 
los pantalones, las chamarras.
TODO.
Todo va a estar adentro de ella.
Perdóname, lavadora, espero que aguantes esta madriza.
Voy a lavar toda mi ropa con cloro y aguarrás, 
quiero arrancarle todo lo que queda de ti en ellas.
Quiero acabarme una cajetilla de Luckies de un golpe.
Correr en los pasillos del edificio, huir de tus recuerdos.
Escapar de tu voz que me dice que me vaya, 
pero susurra que me quede un rato más.
Siempre con tus contradicciones.
Me apendejas.

También voy a regalarle al señor de los fierros viejos el baúl.
El baúl donde están todas tus cartas y tus regalos.
Y todos los demonios.
Ya sé que no es necesariamente fierro viejo señor, 
pero algo bueno puede sacarle.
Llévese estas chingaderas, llévese el veneno.
Pobre hombre, seguramente después de todo me dará las gracias.
No sabe que lo estoy condenando a cargar con mis cruces.
No sabe que lo estoy condenando a perseguir a los demonios.
Y de todas formas fui tan cobarde que ni siquiera lo abrí.
Lléveselo, le doy la llave.

Hágale lo que quiera, lea lo que hay ahí adentro, véndalo, úselo.
Quémelo, destrúyalo, deshágalo.
Solo esté consciente de que, cuando lo abra,
mil demonios saldrán corriendo desnudos.
Asustados, eufóricos, liberados.
Le pido un favor, mátelos.
Mátelos antes de que me encuentren.
Mátelos antes de que se den cuenta de mi cobardía.
Mátelos antes de que regresen a la casa 
y no tenga dónde guardarlos, porque le regalé el baúl.

...
Pensándolo mejor, señor, no abra el baúl.
Devuélvame la llave.
Devuélvame el baúl.
Ya no se los lleve.
Todavía no sé vivir sin ellos.

Querido Santa:

Si yo te contara cuántas cosas quisiera, me tacharías de exigente.
Quisiera poder ver su sonrisa, quisiera poder escuchar cómo se ríe 
y se lleva las manos a la boca para mitigar su sonido.
No sé por qué lo hace, pero lo hace.
Quisiera poder arrebatarle esa sonrisa, llevármela lejos, 
guardarla en un cajón, secuestrarla con un beso.
Quisiera poder cerrar los ojos, asustarme porque no la veo, 
abrirlos de nuevo y encontrarme con los suyos. 
Acosándome, acusándome.
No me molesta que me acose, no quiero que deje de hacerlo.
¿No te suena enfermo?
Quisiera poder llevarla arrastrando ahí a donde no quiere acompañarme.
Quisiera ver su cara de desapruebo y reírme de ella, 
porque no tiene razón para desaprobarlo, solo es su naturaleza. 
Quisiera que por fin comprendiera cuánto amo su naturaleza.
Quisiera que comprendiera que no la quiero cambiar, 
que su individualidad es -redundantemente- lo que la hace única.
Quisiera poder hacerla reír en medio de toda la gente que ama, 
y también frente a la gente que odia.
Que vean, quisiera que vean que nos vale madre lo que piensen. 
Si nos odian, si me odian, si la odian.
Quisiera que no le importara lo que piensan los demás de ella.
Quisiera poder hacerle ver que lo más importante aquí es que sonría, 
que esté feliz, que esté en un lugar pero que en realidad no esté ahí 
porque se fue conmigo a otro donde está completamente a gusto.
Quisiera estar con ella y que realmente no esté conmigo porque ya nos fuimos.
Quisiera llevarla de aquí, a otros lados. A los que quiera.
Quisiera que comprendiera mi gusto por el café negro.
Quisiera comprender su gusto por el café con leche.
Quisiera pensar que la perdí en la oscuridad, 
extender mi mano y encontrarme con su piel. 
Y que por supuesto se encabrone porque la desperté, pero eso es lo de menos.
Quisiera poder reírme de ella cuando se enoja por cosas absurdas.
Quisiera poder reírme de eso y hacerla reír de lo mismo minutos después, 
haciéndole comprender lo absurdo de su enojo.
Quisiera poder abrazarla, asfixiar sus demonios y sus miedos.
Y de paso, quizás también a los míos.
Quisiera que verla estuviera a una llamada de distancia.
Que una sorpresa no fuera peligrosa.
Quisiera poder darle de un golpe y sin pensarlo, 
todas las cosas que le he comprado en la tienda del tiempo.
Quisiera prestarle de mi tiempo cuando ya no tenga más.
Quisiera que comprendiera que mi moneda de cambio es esa, 
y que no me importaría invertir todos mis ahorros en su banco.
Quisiera que viera, de una vez por todas, 
que lo único que quiero en realidad, es a ella.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Visitas.

El timbre sonaba a altas horas de la noche.
Inocente e ingenua, salí a ver quién estaba afuera tan tarde.
"No abras", me dije a mí misma, pero desobedecí y abrí la puerta de par en par.
En el pórtico estabas tú, quien sin pensarlo dos veces aprovechó la oportunidad y brincó hacia adentro de la casa.
¿Qué iba a pasar ahora? Por supuesto que yo no lo sabía.
Te quedaste unos días en la casa. Días que se alargaron hasta convertirse en meses.
De repente, completamente de la nada, escuché el portazo y corrí a ver quién había salido tan tarde.
Ya no estabas, pero habías dejado atrás tus cosas.
No todas, pero las que quedaban eran suficientes para que por fin comprendiera.

Que no es suficiente la urgencia de necesitarte, ni desearte, ni llorarte.
Que quién sabe si volverías, porque no basta con quererte, ni con decírtelo, ni con demostrártelo.
Que yo estaba bien antes de tu llegada, y que lo estaría después de tu partida.
Que, efectivamente, del dicho al hecho hay un largo trecho.
Que te ibas a alimentar de mi añoranza a larga distancia.
Que ibas a regar las plantas de mi jardín en secreto y de manera esporádica. 
Para que así, siguieran creciendo pero no me diera cuenta hasta que el proceso llevara ya mucho tiempo y fuera obvio.
Que nunca antes había estado tan feliz.
Que nunca antes me había sentido tan mal. 
Que solo tú podías evocar estos sentimientos.
Que no importaba lo que hiciera y que tuviera la razón, de todas formas actuarías de manera errante porque puedes.
Que todo el tiempo iba a pensar en ti y en lo que estaría pasando si te hubieras quedado.
Que tus relojes corren más lento que los míos.
Que corres más rápido que yo.
Que olvidas mejor que yo.
Que nunca voy a querer igual.

...Y todo por abrirte la pinche puerta.

Human After All.

No quiero sentir el paso del tiempo Me rehuso a aceptar que la tormenta que era mi abuelo, es apenas una llovizna ligera No quiero enfrentar...