lunes, 27 de julio de 2015

En el silencio apagaba la luz y me obligaba a quererla.
Se metía en las puntas de mis dedos, debajo de las uñas, 

en los oídos, debajo de la nariz...
Se tropezaba a propósito con mis ideas, 
se asomaba detrás de mis palabras y me obligaba a quererla.

Yo resistía, no respiraba; al principio luchaba, 

pero todo resultó en un cansancio interminable 
y una completa aceptación de la infinita derrota.
Esta vez no tengo ejército que me acompañe.
Esta guerra no está hecha para ganarla.

Se enredaba en mi cabello, se colgaba de mi cuello 

y me llevaba de la mano a perdernos. 
¿A dónde me llevaría? El alma de este cascarón llevaba años perdida.
Secuestró mi tiempo libre, amordazó al sentido común
y me encerró en la prisión de sus ojos perdidos.

Lloraba de a ratos, sonreía, me sacaba fotos con las manos 
y encima de todo, me obligaba a quererla.
Me lamía las heridas, hacía unas nuevas, 

reservaba el tiempo para curarlas.
Su sola presencia en el lugar me anestesiaba.

Corría el seguro de la puerta y apagaba la luz sin pensarlo.
Nos mirábamos con los ojos cerrados y la veía, 
sabía que ahí estaba, sabía que me miraba.
Me hacía el desayuno, me acompañaba a la salida 
y me tatuaba su sonrisa fantasma con un beso.

Se iba, me abandonaba y regresaba, 

pero nunca olvidaba obligarme a quererla.
A veces me miraba en el espejo y la veía a ella, pero siempre escapaba.
Siempre proponía un juego que yo, sin ganas, consentía.

Esa tortuga se burlaba de la liebre; nunca me dejaría atraparla.

Me obligaba a quererla, y poco a poco mi resistencia se agotaba.

Se escondía en la lluvia, y cuando el viento soplaba, 
me acomodaba cien cachetadas de un solo golpe.
Vivía en el humo de mis cigarros, la veía bailar para luego desaparecer.
Subía y bajaba, bailaba, me hipnotizaba.
Y siempre...siempre me obligaba a quererla.
Llevo días encerrada en el cuarto.
Esperando que no vengas, esperando que no me encuentres.
Pero ¿qué más podía hacer?
¿Cómo se despide al amor que nunca fue?
Al amor intermitente, que nunca estuvo vivo en realidad.
El amor que tocó el timbre y huyó.
Ya dejé de contar los días que paso buscando.
Donde quiera que estoy a veces te encuentro,
por una fracción de segundo me creo que estás ahí.
Pero parpadeo y desapareces.
Aquí en lo que llamo mi cárcel,
en la oscuridad donde me encerraste y me observas,
veo tu sonrisa y escucho mi nombre entre ronroneos.
Pero no estás, nunca estuviste, nunca estarás.
Me condenaste a sobrevivir con jirones.
A caminar en calles repletas de máscaras.
Y si por suerte te encuentro en un callejón,
por fuera sonrío, pero por dentro me quemas.

Human After All.

No quiero sentir el paso del tiempo Me rehuso a aceptar que la tormenta que era mi abuelo, es apenas una llovizna ligera No quiero enfrentar...