Poco recuerdo de lo que le dije ese día. No tenía ganas de mirarla a la cara, solo recuerdo el dolor del pavimento en mis rodillas.
Ella sonreía mientras mi mundo se derrumbaba a mi alrededor, dejándome suspendida en un pedazo de la avenida.
¿Cómo podía serle tan indiferente mi dolor?
No sé qué pasó a continuación, desperté meses después de ese letargo; incompleta, reestructurada, sin malicia.
Yo volví a nacer; ella siguió siendo igual.
Por un momento olvidé cómo se pronunciaba su nombre, olvidé también el sonido de su risa, de su voz.
Tan sencillo que era olvidar todas esas características que la hacían única de golpe, pero la mente no trabaja así.
No recordaba su cara, ni su cuerpo, no recordaba cómo se sentía tenerla cerca.
Pero recordaba su olor, y con eso me bastaba para volver a empezar.
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