martes, 30 de diciembre de 2014

Inocente palomita.

Creo que entendiste todo mal, inocente palomita. Que cuando dije que abrieras la mente y las piernas en realidad entendiste que abrieras el corazón. Qué gran malentendido, inocente palomita. Tal vez la primera vez que me abriste la puerta de tu cuarto, pensaste que nunca más iba a querer salir de ahí. Pero la que nunca más iba a querer salir de ahí después de que yo entrara, ibas a ser tú. Creo que lo confundiste todo, inocente palomita. Las cosas con las que te amarré a la cama eran cintas, no esposas. No habían candados, te podías liberar cuando quisieras. Yo nunca quise encerrarte ahí, ni quise encerrarme a mí. Te conté todas las historias, te enseñé todas las ciudades que destruí, y aún así no me querías soltar. ¿Quién te hizo tanto daño, inocente palomita? ¿Quién hizo mierda tu cabecita? Inocente palomita. La temperatura de las puntas de mis dedos siempre estuvo regulada para no quemarte, para no marcarte. Para que cuando me fuera, te olvidaras de mí después de un tiempo, para que no me recordaras al mirar los surcos de tu piel. Pero lo hiciste todo mal, inocente palomita. Recordabas el ardor de tu piel y tú misma te hacías las marcas. A lo mejor yo también hice todo mal, porque debí haber huido en ese momento, inocente palomita, pero me quedé. Y es que hiciste todo mal. Hasta te di mi número que estaba por cambiar, para que me fuera y no me volvieras a marcar. Inocente palomita, tú pensaste que todo esto iba a durar más. Te dije que era nómada, que llegaba hoy y mañana me iba, que iba a salir por la puerta y nunca más iba a volver a entrar. Que eras una ciudad más a la que eventualmente destruiría y le tomaría fotos en llamas cuando me alejara de ella. Fotos como las que te enseñé al principio, cuando te enseñé el resto de las ciudades. Soy mi propio Alejandro Magno, inocente palomita. Soy mi propia piel encandilada, soy mi propia razón desviada. Tú nunca fuiste nada, inocente palomita. Yo llegué a destruirte, no a a arreglarte el corazón. Vine a arrancarte la piel. Vine a arrastrarte hasta el último círculo del infierno, a abandonarte en una fosa, y a hacerte gritar de placer en el trayecto.

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