viernes, 19 de septiembre de 2014

La lista.

Estaba revisando mi closet el otro día y me encontré la chamarra. 
Aquella que fuera motivo de una decepción más en mi vida. Esa que ya era tuya y regresó a mis manos a causa de un arrebato de impulsividad mío.
Y no te equivoques, yo sé que fue mi error, pero también creo recordar lo que causó todo eso, y supongo que estaba en mi derecho. Pero me estoy desviando y la historia de hoy no habla específicamente de eso. 
Sí, todo regresó por la chamarra, pero te llevaré más allá de ese objeto trivial que tuve el acierto de encontrar y pensar acerca de la historia que la trajo de vuelta a mí.
La chamarra desencadenó un evento mucho más grande, y empezaré por contártelo ahora.
Después de ella, me puse a pensar en todas las cosas que te quedaste y me propuse a hacer una lista. 
Mental. 
No te voy a pedir nada, ya no estoy enojada, ni necesito muchas de esas cosas.
En la lista de mis pertenencias que están en algún lugar de tu casa (o al menos eso espero), enumeraba pulseras, un arete, collares, cartas, risas, miradas, historias, mañanas. 
¡Cuántas cosas te quedaste! Tal vez fue tonto de mi parte permitírtelo, pero a estas alturas del juego no puedo hacer más. Solo pensar en aquello que se volvió ajeno, a pesar de que algún día fue mío. 
Tu voz, mi voz. Amaneceres, chilaquiles, la vez que sentía que me moría, la vez que sentía que me matabas. 
La lista sigue.
Objetos, experiencias, presencias, asuntos etéreos. 
Muchas de las cosas que se encontraban en la lista eran innecesarias, ya ni siquiera había sentido su ausencia hasta que me puse a recordarlas. 
Sin embargo, acercándome al final de ella, descubrí que había estado evitando lo inevitable. 
Darme cuenta de que, entre todo lo que te habías quedado, estaba yo.
Te quedaste conmigo, con ese yo que te perteneció en aquel entonces y ya no me queda claro si te lo cedí, o simplemente lo reclamaste como tuyo y no tuve la fuerza para arrebatártelo. 
Te quedaste con lo más importante, flaca. 
Te quedaste conmigo.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Reirrelevancia

"Ven, nos sentamos del lado de la sombra"
Ella pagaba estudiante y yo el boleto completo. 
¿Lado de la sombra? Llevaba ya bastante tiempo viajando en el transporte público y siempre había sido irrelevante para mí de qué lado me sentaba. Nunca noté que había un lado en el que, por la ruta, nunca pegaba el sol.
Qué curioso, pensé. Y curioso era porque siempre me jactaba de prestarle atención especial a los pequeños detalles, a esos que nadie nota. Esos que nadie nota porque son irrelevantes.
Irrelevante.
Entonces, desde ese día, empecé a sentarme del lado de la sombra.
Dejé de viajar con ella y mecánicamente lo seguía haciendo. Y no me había dado cuenta.
Un día de esos tantos que discutimos por razones que no teníamos, de la misma manera que empecé a sentarme mecánica y automáticamente del lado de la sombra, dejé de hacerlo.
Me sentaba del lado de la ventana, siempre. Fue así, pues, cómo sin notarlo me empecé a sentar del lado del sol.
Me gustaba el lado del sol, me gustaba sentir el aire en la cara, el sol, aunque me desesperara que mi cabello se desacomodara.
Y se desacomodaba porque no estaba sentada del lado de la sombra, pero eso no es relevante.
Relevante.
Relevante es que tiempo después de empezar a sentarme del lado del sol, cambié la dirección de mi cabello. Y ya no se desacomodaba.
Y entonces, podía sentir el aire en la cara, el sol, sin desesperarme porque mi cabello se alborotara cuando lo hacía.
Pero siempre me había gustado cómo se sentía el sol en la piel. En los brazos, en la cara, en las piernas. Siempre me gustó el ardor que provocaba, lo rojizo de mis mejillas cuando estaba expuesta mucho tiempo. Y dejé de hacerlo porque a ti no te gustaba.
Y era algo que podía sacrificar porque, cuando viajaba contigo, no había necesidad de sentarme en el lado del sol. Ni en la ventana.
¿Sabes por qué?
Porque no me importaba dónde estaba, no me importaba no ver hacia afuera, no me importaba no ver la calle. No me importaba sentirme atrapada en un esqueleto de metal hecho para transportar humanos.
No me importaba perderme el viaje, porque el viaje era irrelevante.
Irrelevante.
El simple hecho de estar contigo, hacía que lo demás quedara en segundo plano.
Era una experiencia que apreciaba idiotamente, no necesitaba el sol porque me tomabas de la mano, y tu piel rozando la mía generaba la misma sensación que el sol.
No necesitaba el aire en mi cara porque me bastaba con escucharte y mirarte para que la misma sonrisa estúpida y accidental que el viento me provocaba, apareciera.
No necesitaba ir en la ventana porque tu sola compañía me hacía sentir segura.
Y es curioso porque no había pensado en esto desde hace bastante tiempo.
Y es más curioso aún que todo se volviera tan confuso después.
Pero disfruta las cosas bonitas que te escribo sin razón.
Disfruta saber que tu piel me quema, que tu voz y tu sonrisa me hacen sonreír y que el pasillo dejaba de aterrarme cuando estaba contigo.
Porque...todo eso, es relevante.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Hangover.

Afuera estaba nublado y en el ambiente flotaba ese olor a húmedo que percibimos justo antes de que empiece a llover.
Yo apenas abría los ojos, ya no era de mañana, pero tampoco era muy tarde; a tropezones me paré de la cama y me eché una sábana a los hombros para que no me diera frío.
El cuarto estaba frío.
Caminé hacia el baño para empezar la rutina de despertar. Agua en la cara, agua en la taza, comida al estómago y pasta para los dientes.
Algo que no podía distinguir a simple vista me estaba destrozando la cabeza, los ojos, la espalda.
Por alguna extraña razón, me sentía como si hubiera conectado una borrachera descomunal la noche anterior. Lo curioso es que ni siquiera recordaba haber salido.
Me senté en la orilla de la cama y comencé a preguntarme por qué me sentía de esa manera, haciendo memoria, pero nada regresaba. No sabía nada, no asumía nada.
Empecé la rutina de todos los días y a medio camino recordé.
Recordé que había hablado contigo, recordé que te había saludado en el camino, que no podías quedarte pero me ofreciste tu compañía por un breve instante. Y yo acepté.
No sé por qué acepté.
Tampoco sé por qué no recordaba, pero después de darme cuenta de lo que había pasado, todo tuvo sentido.
Bien sé que un día contigo es una borrachera mental intensa. 
Estar contigo es dejarte entrar a mi mente, dejar que abras todas las puertas, y el clóset, y el buró, y el gabinete del baño.
Estar contigo es mirarte de lejos, sonreírte y ver cómo me sonríes mientras haces un desorden en toda mi casa.
Y dejarte.
Dejarte destrozarme, dejarte tirar los cajones al piso, revolver las cosas que estaban ahí adentro; estar contigo es una aventura, un mal necesario, un dolor que mancilla pero no mata.
Estar contigo es mirarte de lejos y sonreír, acercarnos y morir.
Estar contigo es el vicio más dañino que he tenido.
Estar contigo es el cielo.
Estar contigo es...peligro.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Ouroboros


Poco recuerdo de lo que le dije ese día. No tenía ganas de mirarla a la cara, solo recuerdo el dolor del pavimento en mis rodillas.
Ella sonreía mientras mi mundo se derrumbaba a mi alrededor, dejándome suspendida en un pedazo de la avenida. 
¿Cómo podía serle tan indiferente mi dolor?
No sé qué pasó a continuación, desperté meses después de ese letargo; incompleta, reestructurada, sin malicia.
Yo volví a nacer; ella siguió siendo igual. 
Por un momento olvidé cómo se pronunciaba su nombre, olvidé también el sonido de su risa, de su voz. 
Tan sencillo que era olvidar todas esas características que la hacían única de golpe, pero la mente no trabaja así.
No recordaba su cara, ni su cuerpo, no recordaba cómo se sentía tenerla cerca.
Pero recordaba su olor, y con eso me bastaba para volver a empezar.

Human After All.

No quiero sentir el paso del tiempo Me rehuso a aceptar que la tormenta que era mi abuelo, es apenas una llovizna ligera No quiero enfrentar...