Estaba revisando mi closet el otro día y me encontré la chamarra.
Aquella que fuera motivo de una decepción más en mi vida. Esa que ya era tuya y regresó a mis manos a causa de un arrebato de impulsividad mío.
Y no te equivoques, yo sé que fue mi error, pero también creo recordar lo que causó todo eso, y supongo que estaba en mi derecho. Pero me estoy desviando y la historia de hoy no habla específicamente de eso.
Sí, todo regresó por la chamarra, pero te llevaré más allá de ese objeto trivial que tuve el acierto de encontrar y pensar acerca de la historia que la trajo de vuelta a mí.
La chamarra desencadenó un evento mucho más grande, y empezaré por contártelo ahora.
Después de ella, me puse a pensar en todas las cosas que te quedaste y me propuse a hacer una lista.
Mental.
No te voy a pedir nada, ya no estoy enojada, ni necesito muchas de esas cosas.
En la lista de mis pertenencias que están en algún lugar de tu casa (o al menos eso espero), enumeraba pulseras, un arete, collares, cartas, risas, miradas, historias, mañanas.
¡Cuántas cosas te quedaste! Tal vez fue tonto de mi parte permitírtelo, pero a estas alturas del juego no puedo hacer más. Solo pensar en aquello que se volvió ajeno, a pesar de que algún día fue mío.
Tu voz, mi voz. Amaneceres, chilaquiles, la vez que sentía que me moría, la vez que sentía que me matabas.
La lista sigue.
Objetos, experiencias, presencias, asuntos etéreos.
Muchas de las cosas que se encontraban en la lista eran innecesarias, ya ni siquiera había sentido su ausencia hasta que me puse a recordarlas.
Sin embargo, acercándome al final de ella, descubrí que había estado evitando lo inevitable.
Darme cuenta de que, entre todo lo que te habías quedado, estaba yo.
Te quedaste conmigo, con ese yo que te perteneció en aquel entonces y ya no me queda claro si te lo cedí, o simplemente lo reclamaste como tuyo y no tuve la fuerza para arrebatártelo.
Te quedaste con lo más importante, flaca.
Te quedaste conmigo.