miércoles, 27 de noviembre de 2013

Tangente.

¿Cuántas veces nos imaginamos en otro tiempo, en otro lugar? ¿Cuántas veces dijiste que nunca nos íbamos a separar, para al final darte cuenta de que no se podría cumplir (o al menos no en el tiempo que pensaste)? De nada sirvieron las promesas, tuviste que alejarte y volver, después de haber pensado todo lo que tenías que pensar. Después de abandonar toda esperanza de poder reconstruir aquello que aún no se destruía por completo. ¿Cuántas veces pensaste en mí después de eso? ¿Una, dos, tres veces? Me atrevo a decir que evité pensar demasiado en ti; porque me dolías, porque no comprendía, porque no quería comprender. 
Claro que yo tuve distracciones, pero eso no me alejaba de pensar en ti, en tu vida, en la vida que queríamos y ya no podía ser; en la decisión definitiva de no volverte a ver, de no volver a hablar, de no volver a reír contigo. ¿Realmente creíste que había sido en vano todo lo que trabajamos para estar juntos? Me parece bastante ilógico que botaras todo de un día para otro; aunque encuentro más ilógico aún que en realidad nunca me enteré de qué había pasado, qué te había alejado, qué podría haber hecho para arreglarlo. Cero, nada.
¿Qué te hizo pensar que te quería lejos? ¿Qué te hizo alejarte sin más cuando tenía más necesidad de tu presencia? De ti, de tu risa, tu voz, tus abrazos, tus manos.
Después de tanto tiempo estando alejados, volverte a tener (aunque fuera en cantidades mesuradas) cambió mi idea equivocada de que ya no te necesitaba ni te necesitaría. Qué tonta fui al pensar que ya no te quería. Un año no fue suficiente para contrarrestar los otros, ¿qué? ¿Cuatro, cinco años? Imposible, qué falsa percepción la mía.
Te quiero, con todas tus faltas y tonterías. Y a pesar de todo, no puedo dejar de pensar en esa alternativa; en que aun en esta vida, exista una vía de retorno que nos acerque a lo que pretendíamos hace unos años.

martes, 19 de noviembre de 2013

Trece.

Con el alma desenvainada, me dispuse a escribir líneas que tal vez nunca llegarán a su destino.
Trece líneas que podrían resumir lo que en repetidas ocasiones he querido decir y nunca he podido articular.
Recuérdame; recuerda lo que era estar, solo estar. Sin nada más, sin siquiera hablar; sólo estar.
El dolor que siento en el pecho cuando oigo tu nombre -aunque no seas tú, siempre será tuyo-, al parecer nunca se irá. Ese sabor metálico que me llena la boca si lo pronuncio.
Tú no piensas en mí, ¡qué va! Solo yo soy lo suficientemente inocente para pensar en ti. Lo suficientemente invidente para enumerar tus cualidades sin reparar una sola vez en tus defectos.
Que te quiero y que he intentado dejar de hacerlo, solo para darme cuenta de que es me es imposible por el momento.
Que te extraño y que odio hacerlo porque sé que tal vez no lo mereces.
Que tú estás bien sin mí y que me niego a aceptarlo porque yo no me siento tan bien sin ti.
Y, sobre todo, que quisiera que supieras todo esto; y que lo más probable es que nunca lo harás.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Jueves.

Tú me hiciste contar los días.
Yo no quería estar consciente de eso, yo no quería saber qué tan rápido pasaba el tiempo, yo quería disfrutarlo hasta que se acabara, lo que sea que desencadenara.
Pero ya es demasiado tarde, después marcaba los días en el calendario; contaba las horas que pasaba contigo y las que faltaban para volverte a ver, incluso antes de dejar tu piel. Ya es demasiado tarde, ahora recuerdo con claridad cuándo fue. Fue un día de mañana, alrededor de las 9:30; tú en una banca y yo en una macetera. Era jueves.
Y a pesar de todo eso, a pesar de todo. Cada vuelta del planeta la hemos vivido lejos. ¡Qué ironía!, ¿no lo crees? Tanto tiempo contando los días para un evento que no se celebrará como debería.
Qué ironía.

lunes, 4 de noviembre de 2013

No puedo tocarte sin perder una parte de mi alma otra vez; es por eso que espero que me entiendas cuando te digo que te quiero, pero no te puedo.

17.11

La noche tenía un aroma dulzón. 
Era tarde ya para irme a casa. Debía irme a casa en ese instante, pero tu voz, tu tono, esa manera de decirme "ven conmigo" traían consigo algo a lo que no me podía negar.
Y acepté -¿por qué acepté?- irme contigo, a aquel lugar que nos vería amanecer unos cuantos meses después. Acepté seguirte ese día y, sin darme cuenta, firmaba una sentencia de por vida. ¿Cuántas veces recorrí esos pasillos? Puedo nombrar sin problema las veces que me senté en el sofá café. Las sillas del comedor que siempre me recibían al entrar. La campana al llegar. Las veces que nunca toqué el timbre porque tú ya estabas ahí antes de que pudiera hacerlo.
¿Qué había ahí para mí? Además de ti, claro está.
Me parece casi imposible concebir que seas la única razón que me ata a ese lugar. A este lugar. A este empecinamiento de regresar, de encontrar qué es lo que tengo que solventar. A esta incertidumbre de adivinar lo que pasa por tu mente. 
Podría soltar una carcajada al analizar todo esto. Una carcajada sincera que, al mismo tiempo, me inunda de ganas de llorar.
¿Qué eres? ¿Qué fuiste? ¿Qué siempre serás?
Era un diecisiete.

Human After All.

No quiero sentir el paso del tiempo Me rehuso a aceptar que la tormenta que era mi abuelo, es apenas una llovizna ligera No quiero enfrentar...