martes, 14 de octubre de 2014

Aves.

¿Cómo te explico esto que siento?
Que me basta con captar tu imagen de reojo para saber que ahí estás. O estuviste.
Que después de eso, tengo que fijar bien la mirada para cerciorarme. 
¿De qué? Ya sabes, una excusa más para observarte.
Que siempre tengo que tomar aliento después de hacerlo, porque siempre se me olvida evitarlo.
Que después de hacerlo, inevitablemente te recuerdo y me río.
O quizás sea solo otra excusa más.
Que siempre que te escucho hablar, de alguna manera me siento en un lugar seguro.
Que después de oírte, la experiencia me deja queriendo más.
¿Ya te va quedando claro?
Que le pido al Universo que me salve de besarte. Que no permita que me hunda en tus ojos, que me ayude a sofocar los gritos de "¡bésame, bésame!" que provienen de tus labios. De tus ojos, de tu piel...
¡Que apague el campo magnético de tu piel!
Que me salve de tocarte. O me paralice y no tenga las fuerzas para hacerlo.
Que las puntas de mis dedos no se vayan acercando peligrosamente a tu piel, que dejen de hormiguear.
¡Qué va! Que me salve de siquiera tenerte cerca, las ideas se revuelven en mi cabeza y no sé de qué podría ser capaz.
Por supuesto, de nada de lo que he enumerado allí arriba.
Era solo un intento de ejemplo.
Para explicarte lo que siento.

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