domingo, 7 de diciembre de 2014

Los demonios.

Voy a lavar toda mi ropa de madrazo.
Voy a descomponer la pinche lavadora 
de tantas cosas que le voy a meter.
Los calzones, los bras, las blusas, 
los pantalones, las chamarras.
TODO.
Todo va a estar adentro de ella.
Perdóname, lavadora, espero que aguantes esta madriza.
Voy a lavar toda mi ropa con cloro y aguarrás, 
quiero arrancarle todo lo que queda de ti en ellas.
Quiero acabarme una cajetilla de Luckies de un golpe.
Correr en los pasillos del edificio, huir de tus recuerdos.
Escapar de tu voz que me dice que me vaya, 
pero susurra que me quede un rato más.
Siempre con tus contradicciones.
Me apendejas.

También voy a regalarle al señor de los fierros viejos el baúl.
El baúl donde están todas tus cartas y tus regalos.
Y todos los demonios.
Ya sé que no es necesariamente fierro viejo señor, 
pero algo bueno puede sacarle.
Llévese estas chingaderas, llévese el veneno.
Pobre hombre, seguramente después de todo me dará las gracias.
No sabe que lo estoy condenando a cargar con mis cruces.
No sabe que lo estoy condenando a perseguir a los demonios.
Y de todas formas fui tan cobarde que ni siquiera lo abrí.
Lléveselo, le doy la llave.

Hágale lo que quiera, lea lo que hay ahí adentro, véndalo, úselo.
Quémelo, destrúyalo, deshágalo.
Solo esté consciente de que, cuando lo abra,
mil demonios saldrán corriendo desnudos.
Asustados, eufóricos, liberados.
Le pido un favor, mátelos.
Mátelos antes de que me encuentren.
Mátelos antes de que se den cuenta de mi cobardía.
Mátelos antes de que regresen a la casa 
y no tenga dónde guardarlos, porque le regalé el baúl.

...
Pensándolo mejor, señor, no abra el baúl.
Devuélvame la llave.
Devuélvame el baúl.
Ya no se los lleve.
Todavía no sé vivir sin ellos.

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