Tu sonrisa me despierta de madrugada y cuando la busco, ya se fue. El eco de tu risa se esconde en los rincones de la casa y huye cada vez que me acerco para atraparlo.
El desayuno está servido y la mesa está preparada para dos aunque no quede más que lo queda de mí y mis gatos que no se separan de mi lado desde que solo sirvo un tazón de cereal en las mañanas. Hasta ellos se dan cuenta. Hasta a ellos les cala que no estás.
¿Qué te cuento del jardín? Lleno de maleza como de flores marchitas, enredaderas en las rejas como si fueran nudos en una larga melena, lagartijas corriendo de aquí a allá.
El café frío ya no tiene el honor de sorprenderme con su naturaleza. Ya pasó la novedad, se estancó en la rutina de los días que nunca empiezan como deberían, de las sábanas frías, del tazón solitario de cereal y del fantasma desayunando con el alma goteándole del cabello, de las manos, de los pies, como si la soledad fuera una serie de cadenas y candados que se cuelgan de uno, que me dificultan caminar, respirar, levantarme, vivir.
Ya te imaginarás que es especialmente difícil cuando tu sonrisa viene a hacer de las suyas y tira de mi mano, me lleva lentamente a lugares donde ya estuve, donde ya estuviste, donde ya estuvimos. Aparecen todas y cada una de sus versiones frente a mí.
Todas tus sonrisas, haciendo un mural gigante en mis ojos, cubriéndolos, pintando versiones sosas y tontas de ellas en mi cara, sofocándome.
En medio de la inmersión puedo sentir tus manos, presionando todos los botones, detonando bombas que ya habías colocado antes, derrumbándome.
De rodillas te sigo contemplando y si tan solo pudiera alcanzarte para decirte que nada de esto importa, si pudiera hacerte comprender que no hay peor tormenta que la que se avecina cuando no estás, si pudiera gritar lo suficientemente fuerte para que me escucharas. Tal vez dejaría de sentir que me ahogo. Tal vez podría gritarte todo con un abrazo, tal vez podría evitar toda esta confusión. Tal vez, tal vez...
jueves, 17 de septiembre de 2015
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