martes, 19 de noviembre de 2013

Trece.

Con el alma desenvainada, me dispuse a escribir líneas que tal vez nunca llegarán a su destino.
Trece líneas que podrían resumir lo que en repetidas ocasiones he querido decir y nunca he podido articular.
Recuérdame; recuerda lo que era estar, solo estar. Sin nada más, sin siquiera hablar; sólo estar.
El dolor que siento en el pecho cuando oigo tu nombre -aunque no seas tú, siempre será tuyo-, al parecer nunca se irá. Ese sabor metálico que me llena la boca si lo pronuncio.
Tú no piensas en mí, ¡qué va! Solo yo soy lo suficientemente inocente para pensar en ti. Lo suficientemente invidente para enumerar tus cualidades sin reparar una sola vez en tus defectos.
Que te quiero y que he intentado dejar de hacerlo, solo para darme cuenta de que es me es imposible por el momento.
Que te extraño y que odio hacerlo porque sé que tal vez no lo mereces.
Que tú estás bien sin mí y que me niego a aceptarlo porque yo no me siento tan bien sin ti.
Y, sobre todo, que quisiera que supieras todo esto; y que lo más probable es que nunca lo harás.

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