¿Cuántas veces nos imaginamos en otro tiempo, en otro lugar? ¿Cuántas veces dijiste que nunca nos íbamos a separar, para al final darte cuenta de que no se podría cumplir (o al menos no en el tiempo que pensaste)? De nada sirvieron las promesas, tuviste que alejarte y volver, después de haber pensado todo lo que tenías que pensar. Después de abandonar toda esperanza de poder reconstruir aquello que aún no se destruía por completo. ¿Cuántas veces pensaste en mí después de eso? ¿Una, dos, tres veces? Me atrevo a decir que evité pensar demasiado en ti; porque me dolías, porque no comprendía, porque no quería comprender.
Claro que yo tuve distracciones, pero eso no me alejaba de pensar en ti, en tu vida, en la vida que queríamos y ya no podía ser; en la decisión definitiva de no volverte a ver, de no volver a hablar, de no volver a reír contigo. ¿Realmente creíste que había sido en vano todo lo que trabajamos para estar juntos? Me parece bastante ilógico que botaras todo de un día para otro; aunque encuentro más ilógico aún que en realidad nunca me enteré de qué había pasado, qué te había alejado, qué podría haber hecho para arreglarlo. Cero, nada.
¿Qué te hizo pensar que te quería lejos? ¿Qué te hizo alejarte sin más cuando tenía más necesidad de tu presencia? De ti, de tu risa, tu voz, tus abrazos, tus manos.
Después de tanto tiempo estando alejados, volverte a tener (aunque fuera en cantidades mesuradas) cambió mi idea equivocada de que ya no te necesitaba ni te necesitaría. Qué tonta fui al pensar que ya no te quería. Un año no fue suficiente para contrarrestar los otros, ¿qué? ¿Cuatro, cinco años? Imposible, qué falsa percepción la mía.
Te quiero, con todas tus faltas y tonterías. Y a pesar de todo, no puedo dejar de pensar en esa alternativa; en que aun en esta vida, exista una vía de retorno que nos acerque a lo que pretendíamos hace unos años.
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