Estoy harta de correr. De buscarte, de perderme porque realmente no sé dónde encontrarte. A veces me hallo siguiendo tus pasos, contigo en frente, guiándome a un lugar que no conozco y que aparentemente tú tampoco.
Estoy cansada de alzar la vista y no encontrarte, de tener que fijarme en la arena para ver si encuentro rastros de ti, de tus caminos, de tus andadas. Llevo tanto tiempo siguiéndote, que ya ni siquiera sé si quiero seguir haciéndolo. Al principio el viaje me parecía divertido. Realmente no sé si quería emprenderlo, pero me convencí de hacerlo, empaqué todo lo necesario, me colgué la mochila al hombro y fui a buscarte.
No te encontré. Seguí tus huellas en el suelo y eventualmente te vi a lo lejos. Entonces corrí a alcanzarte, volteaste a verme y no mostraste emoción alguna. No sé por qué se me hizo buena idea seguirte, pero lo hice. Dos días después me di cuenta de que estaba perdida. Estaba perdida, me perdiste, pero ¿cómo iba a estar perdida si lo que quería encontrar eras tú y estabas aquí? A mi alrededor todo era desconocido, todo era lúgubre, pero tú estabas en frente, todo lo que tenía que hacer era no perderte de vista.
Pero de repente doblaste en una esquina y no te vi.
Y todos los demonios que venían siguiéndote, me encontraron cuando me detuve. Revolvieron todas las dudas que guardaba y las sacaron de mí para jugar con ellas frente a mí. Me dijeron que me ayudarían, pero solo se ayudan a sí mismos.
Me recordaron que me siento muy pequeña, estoy perdida, estoy cansada y los únicos amigos que encontré aquí, me hacen daño.
Te he visto varias veces a lo lejos pero mi voz se ve asfixiada por ellos cada vez que quiero hablar.
Emprendí el viaje para encontrarte, pero ya estoy muy cansada de buscar.
viernes, 30 de octubre de 2015
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