Se metía en las puntas de mis dedos, debajo de las uñas,
en los oídos, debajo de la nariz...
Se tropezaba a propósito con mis ideas,
Se tropezaba a propósito con mis ideas,
se asomaba detrás de mis palabras y me obligaba a quererla.
Yo resistía, no respiraba; al principio luchaba,
pero todo resultó en un cansancio interminable
y una completa aceptación de la infinita derrota.
Esta vez no tengo ejército que me acompañe.
Yo resistía, no respiraba; al principio luchaba,
pero todo resultó en un cansancio interminable
y una completa aceptación de la infinita derrota.
Esta vez no tengo ejército que me acompañe.
Esta guerra no está hecha para ganarla.
Se enredaba en mi cabello, se colgaba de mi cuello
y me llevaba de la mano a perdernos.
Se enredaba en mi cabello, se colgaba de mi cuello
y me llevaba de la mano a perdernos.
¿A dónde me llevaría? El alma de este cascarón llevaba años perdida.
Secuestró mi tiempo libre, amordazó al sentido común
Secuestró mi tiempo libre, amordazó al sentido común
y me encerró en la prisión de sus ojos perdidos.
Lloraba de a ratos, sonreía, me sacaba fotos con las manos
Lloraba de a ratos, sonreía, me sacaba fotos con las manos
y encima de todo, me obligaba a quererla.
Me lamía las heridas, hacía unas nuevas,
reservaba el tiempo para curarlas.
Me lamía las heridas, hacía unas nuevas,
reservaba el tiempo para curarlas.
Su sola presencia en el lugar me anestesiaba.
Corría el seguro de la puerta y apagaba la luz sin pensarlo.
Nos mirábamos con los ojos cerrados y la veía,
Corría el seguro de la puerta y apagaba la luz sin pensarlo.
Nos mirábamos con los ojos cerrados y la veía,
sabía que ahí estaba, sabía que me miraba.
Me hacía el desayuno, me acompañaba a la salida
Me hacía el desayuno, me acompañaba a la salida
y me tatuaba su sonrisa fantasma con un beso.
Se iba, me abandonaba y regresaba,
pero nunca olvidaba obligarme a quererla.
A veces me miraba en el espejo y la veía a ella, pero siempre escapaba.
Siempre proponía un juego que yo, sin ganas, consentía.
Esa tortuga se burlaba de la liebre; nunca me dejaría atraparla.
Me obligaba a quererla, y poco a poco mi resistencia se agotaba.
Se iba, me abandonaba y regresaba,
pero nunca olvidaba obligarme a quererla.
A veces me miraba en el espejo y la veía a ella, pero siempre escapaba.
Siempre proponía un juego que yo, sin ganas, consentía.
Esa tortuga se burlaba de la liebre; nunca me dejaría atraparla.
Me obligaba a quererla, y poco a poco mi resistencia se agotaba.
Se escondía en la lluvia, y cuando el viento soplaba,
me acomodaba cien cachetadas de un solo golpe.
Vivía en el humo de mis cigarros, la veía bailar para luego desaparecer.
Subía y bajaba, bailaba, me hipnotizaba.
Y siempre...siempre me obligaba a quererla.
Y siempre...siempre me obligaba a quererla.
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