Te quiero tanto, tanto, tanto, tanto, tanto, cada día un poco más. Y el día en que cantamos esa canción frente a tus amigas, mientras lo practicábamos en el jardín, mientras nos besábamos en el corredor: yo sabía.
Yo sabía y te deseaba tanto que decidí ignorar lo que el mundo me gritaba, lo que decidí ignorar en cada rojo en el que te besé sabiendo que ese recuerdo me iba a quemar meses después; yo sabía y aún así te miré a los ojos mientras te cantaba todas las canciones de amor porque yo quería que fueras real.
Yo sabía y aún así le puse tu nombre a mis rutinas. A todas las cosas sagradas que me tardé años en construir y que de pronto se me hizo fácil y natural compartirte. De todas formas el pasillo de mi casa ya se llamaba como tú y yo no podía hacer nada al respecto.
Yo sabía y aún así me dejé enamorar por todo eso que jamás dirías pero podía ver detrás de tu risa, de las cosas que callabas pero gritaban tan fuerte que en ocasiones me asfixiaban en el mismo cuarto. De ese calor que no era mío pero quise convencerme que sí.
Yo sabía e ignoré todas las advertencias, todos los letreros amarillos, sobre todo los rojos. Yo sabía pero quería tanto que fueras tú, quería tanto que te quedaras, que todo lo que alguna vez fui se desbordó y de pronto todas las canciones tenían tu nombre, tu olor, tu ritmo, tu risa.
¡Yo sabía, yo sabía! Que el lugar que de pronto ocupé, no me holgaba chido. Que ese pedestal era demasiado, te lo dije: yo sabía. Pero la venda en mis ojos eras tú. Tu amor, tus manos acariciando mi cabello, tu voz respondiendo a mis llamados. Mi agua llenando todas las grietas que encontraba.
Yo sabía, pero igual dolió cuando te fuiste.
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