martes, 1 de diciembre de 2015

Qué desesperante es quererte.
Qué difícil verte sin poder tenerte. Desearte sin poder decirlo.
Hace ya unos cuantos meses que estoy en el filo de la puerta.
A estas alturas quién sabe ya si soy yo la que no quiere entrar o tú quien me lo impide.
No tienes vergüenza, mirándome así cuando me tienes esperando. Las suelas de mis zapatos ya tienen huecos de todas las vueltas que le he dado al asunto.
Miles de besos y te quieros hierven en mi mente pero nunca escapan.
Los tengo prisioneros junto con todos mis impulsos por ir a buscarte.
Saboreo tu nombre antes de soltarlo. Está amargo ya, casi como todos tus recuerdos.
A veces te observo y me dan ganas de gritarte que despiertes.
En las noches te veo caminar dormida y en el día también.
No siempre estás despierta. De hecho, hace mucho que no despiertas.
El patio está lleno de cosas que nos habíamos regalado.
Debo admitir que hay cosas ahí que ya no recordaba, pero sigue doliendo verlas.
Las flores están muertas desde hace meses. No todas, pero ya nadie las riega.
Quiero salvarlas, quiero salvar todo.
Veo todos los días pasar desde el filo de la puerta.
No me muevo porque si se cierra, me voy a quedar afuera.
Aunque me niego a aceptar que ya llevo mucho tiempo ahí.
Quiero que vengas a detener la puerta...
Voy por las cosas y regreso.
No te vayas.
No me dejes.
No me destierres.

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