Ojalá pudiera detener o regresar el tiempo.
Es curioso cómo antes quería alargarlo y ahora tan solo quiero quedarme suspendido en él.
Quisiera permanecer para siempre en este último momento compartido: fijar mi mirada en la tuya, beber tu olor hasta embriagarme, escuchar tu risa en loop, ver cómo nace tu sonrisa, llenarte de besos las manos, la cara y el alma, decir estupideces y reírnos hasta llorar, hablar hasta que el sol nos obligue a dormir –por lo menos– unas cuantas horas.
Poco a poco, veo cómo todo lo que construí y construimos se queda en la carretera y el auto en el que voy es mucho más rápido que ellos.
Sé por qué te vas, me queda claro que es lo mejor para los dos; mi destino actual es un lugar al que no puedes, ni quieres acompañarme.
Quisiera romantizar este final con tal de evitarlo y decir que daría mi vida por que te quedaras; pero sé que, por más que mi corazón quiera morirse en la línea y latir por los dos hasta explotar y consumirme –y consumirnos–...lo cierto es que esa posibilidad no está siquiera en la mesa. Ese ataque ya no tiene usos disponibles. No tiene mucho tiempo que renuncié a ello, pero ya no soy esa persona.
Siento mi realidad desquebrajarse; lo siento en el cuerpo, en el corazón y en el alma. Soy espectador activo del quebranto de mis ilusiones y deseos.
El dolor y la tristeza que esto me ocasiona, recién empiezan a abrirse paso. Pero por primera vez, elijo sentarme a esperarlos. Escojo abrirles la puerta de mi casa y dejarlos quedarse el tiempo que sea necesario, sin intentar cambiarlos.
También por primera vez, albergo una esperanza tan grande que me sorprende.
Así que arrimo una silla cómoda para esperar. Al dolor, a la tristeza y a la esperanza que se siente como una luz al final de este túnel.
Y confío en que, una vez que solo quede en mí la esperanza, te vuelva a encontrar.
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