Escribirte es un pecado por el cual no me importa cumplir penitencia.
¿Y si te nombro cien mil veces?
Cien mil veces voltearás la cara y sonreirás.
O tal vez, cien mil veces ignorarás mi voz y te irás.
¿Qué tal si te invento cien mil veces?
No necesitaría nombrarte, porque ya serías tú.
Una reinterpretación del tú que me gustaría tener.
El tú que no está.
¿Por qué no te busco cien mil veces?
Sé dónde buscarte, la mayoría del tiempo.
Sé que en un momento determinado estás en un lugar determinado.
Y sé, también, que llegar a ese lugar sería tan fácil como caminar.
Pero, ¿para qué buscarte?
Encontrarte, entonces, sería producto de la acción humana.
De salir de mi territorio, visitar reinos que no son míos.
Buscarte es aburrido.
Buscarte es algo certero.
¿Por qué no te encuentro?
Ya descarté los cien mil encuentros.
Me basta con uno. Casualidad o destino.
Salir por salir, salir a todo menos a buscarte.
Y en un ciclo, en una de las cien mil posibilidades, encontrarte.
Entonces, a eso le llamaría magia, bruja.
«Existe una cita, aún sin hora ni fecha, para encontrarnos.
Yo estaré ahí puntual, no sé si tú.»
miércoles, 4 de febrero de 2015
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