Es confusa, no la entiendo. Y aún así la dejo vivir a mi lado, diario. Quisiera saber cuál es la necesidad de cortarme con el mismo papel, pero todavía no me toca averiguarlo.
Ni con todo el tiempo alcanzo a explicarme el motivo detrás. Las palabras me saben extrañas, el idioma no es el mismo que hablé ayer.
Ojalá pudiera vaciarme todo, verborrea en papel: una botella, su corcho y el mar. ¿Cómo callo la tormenta que estalla en mí? Estruendos que me parten la voz, que me asfixian en las orillas del mar en el que quiero morir ahogado.
Perdí la cuenta ya de cuántas veces he deseado que se acabe. Pero por más que me esconda, por más que corra, siempre logra encontrarme. Ya no quiero que me tiemblen las piernas, que me trague el suelo, me lleve la corriente.
A veces, parece que el viento dice mi nombre y me llama a donde no puedo verle. El mito de la caverna me engulle, y de pronto olvido todo lo que me ha herido. Allá donde la luz solo es una sombra, la oscuridad se hace cotidiana.
Quiero sentir el sol en la piel, hacer chinitos los ojos con tal de no esconderme. Quemarme si es lo que hace falta. Ya no quiero más sombra, no quiero más frío, no quiero más olvido.
Tan solo algo real, que no se vaya, que sea mío: que nunca digamos jamás.
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