Ya no quiero saber cómo estuvo tu día.
Las llamadas esporádicas para hablar
de cosas irrelevantes se han convertido en algo extraño.
Realmente no me interesa escuchar tu robótica voz
a través de la bocina del teléfono.
Tampoco quiero ver tu cibernético rostro
en la pantalla de mi computadora.
Quiero llegar al borde de tu cama y mirarte.
Trepar por la ventana y desearte buenas noches.
¿Cómo te explico que prefiero ver el amanecer reflejado en tus ojos?
O cómo tu risa me roba completamente la atención cuando aparece.
Que te volví música y compuse obras cuya función es hacerte sonreír.
No quiero tener que mandarte mensajes en el tiempo.
Ya no quiero estar suspendida en la barrera tiempo-espacio.
Quiero acercarme, rozar tu piel y quemarme.
Sentir que eres real
y soy real al mismo tiempo.
Pero basta de habladurías.
Hablemos claro y fuerte:
Quiero tenerte.
Tenerte quiero.
Te quiero tener.
Te quiero.
miércoles, 4 de febrero de 2015
Bruja
Escribirte es un pecado por el cual no me importa cumplir penitencia.
¿Y si te nombro cien mil veces?
Cien mil veces voltearás la cara y sonreirás.
O tal vez, cien mil veces ignorarás mi voz y te irás.
¿Qué tal si te invento cien mil veces?
No necesitaría nombrarte, porque ya serías tú.
Una reinterpretación del tú que me gustaría tener.
El tú que no está.
¿Por qué no te busco cien mil veces?
Sé dónde buscarte, la mayoría del tiempo.
Sé que en un momento determinado estás en un lugar determinado.
Y sé, también, que llegar a ese lugar sería tan fácil como caminar.
Pero, ¿para qué buscarte?
Encontrarte, entonces, sería producto de la acción humana.
De salir de mi territorio, visitar reinos que no son míos.
Buscarte es aburrido.
Buscarte es algo certero.
¿Por qué no te encuentro?
Ya descarté los cien mil encuentros.
Me basta con uno. Casualidad o destino.
Salir por salir, salir a todo menos a buscarte.
Y en un ciclo, en una de las cien mil posibilidades, encontrarte.
Entonces, a eso le llamaría magia, bruja.
«Existe una cita, aún sin hora ni fecha, para encontrarnos.
Yo estaré ahí puntual, no sé si tú.»
¿Y si te nombro cien mil veces?
Cien mil veces voltearás la cara y sonreirás.
O tal vez, cien mil veces ignorarás mi voz y te irás.
¿Qué tal si te invento cien mil veces?
No necesitaría nombrarte, porque ya serías tú.
Una reinterpretación del tú que me gustaría tener.
El tú que no está.
¿Por qué no te busco cien mil veces?
Sé dónde buscarte, la mayoría del tiempo.
Sé que en un momento determinado estás en un lugar determinado.
Y sé, también, que llegar a ese lugar sería tan fácil como caminar.
Pero, ¿para qué buscarte?
Encontrarte, entonces, sería producto de la acción humana.
De salir de mi territorio, visitar reinos que no son míos.
Buscarte es aburrido.
Buscarte es algo certero.
¿Por qué no te encuentro?
Ya descarté los cien mil encuentros.
Me basta con uno. Casualidad o destino.
Salir por salir, salir a todo menos a buscarte.
Y en un ciclo, en una de las cien mil posibilidades, encontrarte.
Entonces, a eso le llamaría magia, bruja.
«Existe una cita, aún sin hora ni fecha, para encontrarnos.
Yo estaré ahí puntual, no sé si tú.»
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